Que el mundo occidental está perdido en su propia perdición..
Creo que es bastante evidente, que la actual crisis, es en realidad una crisis del creyente de la tradición judeocristiana. En el momento presente, y desde hace algún tiempo, la cultura occidental asiste al cambio «del monoteísmo religioso al politeísmo cultural». O expresado de otra manera: lo que ahora mismo irrumpe con fuerza en nuestra sociedad son distintas formas y modulaciones del politeísmo que, de una manera u otra, en tiempos y circunstancias, con formas y fórmulas diferentes, ha constituido la aptitud de la contracorriente en el combate secular de la teología bíblica contra la cosificación y la utilización perversa que hacen de lo divino (los ídolos). En un momento en el que los dos grandes pilares de la ideología occidental moderna (la razón y la historia) experimentan una profunda crisis y un agudo desprestigio; ese combate, se libra sobre todo en el ámbito de la naturaleza con un poderoso acicate antiilustrado, que se refleja a través de las múltiples y, a menudo, ambiguas manifestaciones del mal llamado «retorno de lo religioso» de nuestros días. Como no podía ser de otra manera, la sobreabundancia y provisión de los valores que ofrece nuestra sociedad [el politeísmo de los valores], en todo lo religioso se concreta con la presencia de innombrables dioses efímeros y «a la moda o medida», que, en nuestros días, se disputan la atención, como lo son el dinero y el culto de los moradores. Creemos que hay cuatro factores que determinan poderosamente la situación de éste momento histórico:
A/ La fragmentación de la conciencia de los individuos a causa de la brutal sobreaceleración de su tiempo vital;
B/ El sometimiento, casi incondicional de las personas a los dictados de los medios;
C/ La desintegración de la comunidad como consecuencia de la creciente debilidad en el vínculo social;
D/ La preponderancia creciente de las comodidades que, en muchos casos, se muestran con caracteres claramente enfermizos: de ahí la importancia que ha adquirido el consumismo en las modernas sociedades occidentales. Cuando actúan de manera coordinada y compacta, (estos cuatro determinantes), más que ayudar a describir la crisis de una determinada sociedad, señalan su hundimiento, (con frecuencia), definitivo e irreparable. Toda crisis posee algunos aspectos altamente positivos, ya que supone en el ser humano la presencia y actuación hacía unas disposiciones en la búsqueda de nuevos criterios para enderezar, (a nivel personal y colectivo), la ruta sobre su existencia, porque se tiene el convencimiento de que el mundo actual nunca es el mejor de los mundos, sino porque siempre posee notables dosis de inaceptabilidad, pero siempre puede ser mejorado. El hundimiento, en cambio, suele ser el «resultado final», de un trayecto, la renuncia inapelable a volver a empezar, el fin de las ilusiones, la abdicación a la búsqueda de sentido en medio del caos que, constantemente, desde lo psicológico hasta lo sociológico, amenaza a la aventura humana. Se puede llegar a entender la relación con la temática de ésta exposición, que, al menos, en términos generales, se puede afirmar que nos encontramos inmersos en una profunda crisis de búsqueda de lo divino, pero en ningún caso, mientras el ser humano, indefectiblemente, se halle sometido a la contingencia, nos encontraremos en una situación de hundimiento o desaparición de los interrogantes últimos del ser humano y de contentamiento con su parte en lo meramente dado y sancionado. En el momento presente, la crisis de la creencia puede abordarse desde diferentes perspectivas, pero casi siempre son complementarias, porque son el reflejo de las distintas facetas de la compleja visión del mundo que se tiene en estos momentos. Con frecuencia, se afirma que nos hallamos en una situación de profunda crisis global, es decir, de falta de criterios orientativos fiables para el pensamiento y la acción. En ésta exposición, concretar, aunque sea mínimamente, la problemática en torno a la actual crisis de creencias, es partir de un factor de extraordinaria importancia en la constitución del ser humano y, mucho más si cabe, para la tradición judeocristiana. La tradición se olvida de la memoria, (o mejor), la tensión que sufre la memoria y el olvido. Ésta tensión, con claros e influyentes precedentes en la guía tradicionalista, ha sido determinante para las expresiones y experiencias que se han llevado a cabo en las diversas fases de la larga y compleja visión cristiana. Algunos aspectos importantes de la temática no podrán tenerse en cuenta de una manera suficiente. Me refiero, por ejemplo, a la cuestión de los sentidos corporales humanos en la experiencia con el Supremo, en especial la vista y el oído, que tanta importancia tienen en relación con el recordar y el olvidar porque permiten el tránsito continuo entre la interioridad y la exterioridad .. indicando por interior aquello que es individual y por exterioridad aquello que es colectivo en el ser humano. Debo añadir que, (seguramente por deformación profesional), considero la problemática desde una perspectiva singular de la espiritualidad, y para entrar en detalles, lo que entiendo por el término, harto conocido, de regulación de intereses polivalentes, que, (en cada caso), tiene que determinarse sobre premisas que lo sustentan y el uso que se hace de él. El interés que puede tener esta reflexión espiritual para la "teología" operativa es discutible. Personalmente, sin embargo, estoy convencido de que los males y la ineficacia práctica de está teología operativa y (especialmente, católica) de éstos últimos siglos, se deben, entre otras muchas causas, a un considerable déficit en el trabajo teológico, que ha imposibilitado la adecuada contextualización de la creencia pura que no conocen en primera cualidad.
La situación de la memoria permite la constitución de la trama histórico-cultural en la que el ser humano ubica sus provisionales procesos de identificación y las múltiples conexiones y formas de relacionalidad que le permiten, entre vacilaciones, interrogantes y perplejidades, articular su propio conocer y recordar, (pues la memoria y el recuerdo), son sobre todo un re-acuerdo, que, a partir de la dispersión no crea ninguna unidad.
La memoria.
No habría «yo» si la memoria no construyese aquella esfera en la permanencia, en cuyo interior hago como «yoes» acciones, vivencias, pensamientos y sentimientos. No habría «mundo» si la memoria no vinculase en un todo más o menos coherente la sucesión de los acontecimientos y las historias individuales y colectivas, de los cuales, de otro modo, ofrecerían un caótico espectáculo sin ningún tipo de orientación ni de armonía interna. Construyendo desde el (yo), la memoria colapsa el sentido.. los animales se han excluido por el hecho de no disponer de una memoria de sí mismos y del mundo circundante que sea capaz de articular las secuencias temporales en un presente operativo, siempre contextualizado.
A pesar de la ambigüedad, y de todo lo que piensa el ser humano, "hace y siente" la necesidad del recuerdo activo en el pasado que le ayude para tomar conciencia de la pertenencia a esa tradición que, por que lo sea, constantemente debe recrearse y no encerrarse en la falacia ilusoria, de que «cualquier tiempo pasado fue mejor» cuando vaya agonizando la dogmática forma de vivir sin ver la realidad.
En relación con la «memoria familiar», ésta reflexión es también perfectamente aplicable en la cuestión de creencia, sobre todo, si la primera «estructura de acogida» (la codescendencia) que constituye la imagen de referencia más idónea para describir e interpretar el más allá, en función de la transmisión, que se inscribe en la continuidad de una historia familiar, con los particularismos que la caracterizan; aunque no tenga la vivencia de «volver a revivir», aquello que conjuga cómo vinculante con la experiencia afectiva de los miembros de la familia; es una función reflexiva, que se ocupa de la evaluación crítica de todo lo que se transmite en el seno de la familia. Teniendo en cuenta su evidente e insustituible importancia antropológica para todas las facetas de la existencia humana; éstas funciones (transmisión, vivencia y reflexión) deberían ser los factores más importantes de nuestra sociedad actual, en la que fuésemos capaces de actualizar, (resetear), la memoria que corresponde a nuestro presente. Sólo de ésta manera, estaremos en disposición de rechazar el olvido y la memoria desmesurada y egocéntrica de nosotros mismos, y centrarse más en la búsqueda del conocimiento Supremo, sin necesidad de tradicionalismos emergentes que nos limiten con esas tareas.
Continuación en el artículo: EL ISLAM ES PERFECTO.. MUCHOS MUSULMANES NO.
Assalamo aleikum.