miércoles, 13 de diciembre de 2017

LAS FUNCIONES DEL SHAYKH.

Un shaykh acepta a un discípulo sólo por amor a Allah (lillâh), y nunca por amor a sí mismo. Cuando un maestro no tiene más propósito que servir de utilidad a sus discípulos, estos aprovechan sus enseñanzas. Si se trata de un farsante que busca prestigio o riquezas, entonces sus palabras son cáscaras y no llegan a trasformar corazones.

 El maestro comienza con su discípulo dándole buenos consejos, sencillos y con suavidad. No le impone nada por encima de sus fuerzas. Emplea el rifq,  (la amabilidad), porque la amabilidad permite la confianza y la intimidad. Cuando se apercibe en esa intimidad que el discípulo tiene aptitudes y aspiración poderosa, le ordena cargar con tareas más penosas. Le obliga a dejar de depender de su naturaleza, le retira las licencias del Islam y le impone el ‘açm, la resolución y la decisión firme. Si no es así, si el discípulo es de carácter débil, va más despacio en las exigencias; y si en él no hay aptitudes, ni tan siquiera para eso, no lo priva de su bendición.

El shaykh debe estar vigilante e indagar en el corazón de su discípulo, estando alerta contra las señales de las enfermedades del ánimo. Para ello debe ser experto en la conducción de los corazones. Si el aspirante está demasiado atado al mundo, lo libera exigiéndole anonimato; si está demasiado satisfecho de sí mismo, lo reduce con hambre y haciéndole velar por las noches; si tiene en demasiada consideración la opinión de la gente, lo priva de compañía y lo sumerge en la soledad, el retiro y el silencio; si es de carácter rudo, se lo suaviza obligándole al estudio y a la cortesía.

Cuando el maestro ve que su discípulo mejora y supera las trabas secretas de su ego, es sincero en su combate y tiene firme voluntad de alzarse por encima de todas las cosas, entonces ya no le perdona nada, se vuelve instructor y le exige los ejercicios más desafiantes para acceder a los rangos espirituales  elevados (maqâmât). Se considera, que el Shaykh que no es severo en ese grado está traicionando a su discípulo.

El shaykh debe también cuidar de su discípulo interiormente. Un maestro verdadero es un ser especial, tal como hemos visto al principio de este apartado, y vela por su discípulo a un nivel que éste todavía desconoce, pues el corazón del maestro habita en un mundo sobrenatural y secreto para la inmensa mayoría de los hombres. El Shaykh al-Yîlâni dijo: “Yo guardo a mi discípulo. Si le ocurre un mal estando en occidente mientras estoy en oriente, lo protejo. Si mi discípulo no es excelente, yo sí soy excelente”.

LA CONDUCTA DEL DISCÍPULO.

En primer lugar, el aspirante que se dirija a un maestro con la intención de que éste pueda pulir su corazón, corrija su universo interior y lo asome a Allah, debe tener la certeza de que la persona en cuyas manos va a ponerse es la más idónea y presentarse ante ella con esa seguridad. Para ese discípulo no puede haber nadie mejor como guía que el maestro que ha elegido. A esto se le denomina sinceridad (sidq). Sin sinceridad, el discípulo no aprovecha lo que su shaykh puede darle.

Esto no quiere decir que deba creer que su maestro es infalible (ma‘sûm), pero sí que el bien que puede sacar de él sólo puede ser fruto de una buena manera de acompañarlo, basado en una exquisita y sincera cortesía basada en la seguridad que hemos mencionado.

El discípulo debe obediencia (tâ‘a) a su maestro, cumpliendo externamente lo que le pida, sin resistencias ni reparos de ningún tipo y no oponiéndose a ello en su corazón. Si se trata de algo que no entiende, debe relegar su opinión. Al-Yîlâni decía: “Contrariar a los shuyûj es un veneno mortal”. Ibn ‘Arabi decía que si un maestro te ordena entrar por el ojo de una aguja, debes intentarlo pensando que es posible.

Es muy importante la cortesía (adab) en la presencia del maestro. El discípulo no debe hablar ante él innecesariamente, ni interrumpir sus palabras para expresar su propia opinión, y aunque crea que se equivoca o se confunde, guardará silencio. Un sufí dijo: “Quien diga ‘no’ a su maestro, no triunfa”. Al-Yîlâni decía a un discípulo cuando lo aceptaba: “Cuando te presentes ante mí, pliega tu ciencia y deja de verte, y entra sin nada. Si vienes a mí con tu ciencia y contigo mismo, no verás nada de lo que te indique”.

Es imprescindible que el discípulo no oculte nada de sí a su maestro, aunque se trate de algo vergonzoso, dando así la oportunidad al maestro para que le hable, le guíe o invoque en su favor, pues tal vez su bendición lo trasforme.

El aspirante no debe dudar acerca de su maestro ni acusarlo de nada. Si cree que su maestro ha cometido un error o algo censurable, que piense que es él el que se equivoca debido a su propia ignorancia y falta de entendimiento. Si no puede abandonar la sospecha, que deje al maestro, tal como dijo al-Yîlâni: “Si acusas de algo a tu maestro, no lo acompañes; el enfermo, si duda del médico, no se cura”.

El discípulo siempre debe estar dispuesto a servir a su maestro y atento a cumplir sus deseos, apresurándose a satisfacerlos incluso antes de que los formule. A esto se le llama jidma, servicio. El discípulo no debe excusarse ni anteponer sus necesidades, pues para un verdadero aspirante no existe más que su shaykh.

El discípulo acompaña a un shaykh por amor a Allah (lillâh). El maestro es un medio y por ello el murîd cumple las condiciones, vaciando su corazón de todo lo que no le exige ese momento suyo. Cuando sigue a un maestro, la condición es la plena dedicación a él, hasta que llegue la separación. Someterse a un shaykh representa ‘abandonar del mundo’, centrándose el discípulo en él para olvidar el duniâ (el mundo efímero de las apariencias y las ilusiones), preparándose el aspirante para un vacío aún mayor en el que sólo tendrá a su Señor. Esto es lo que significa Irâda,  (la Voluntad, que es el progresivo desapego de lo mundanal para afrontar la Realidad del Uno-Único) de la que deriva la palabra murîd.

Por último, en su relación con el maestro, el discípulo tiene que armarse de una sólida paciencia (sabr) -Paciencia que le ayude a soportar la aspereza (jushûna) del maestro. La aspereza es con lo que el shaykh suaviza el carácter del discípulo y mata sus quimeras. Al-Yîlâni decía: “No huyáis de la aspereza de mis palabras. A mí me ha hecho crecer la aspereza”.

[man sabar zafar]. El que tuvo paciencia venció. 
Nosotros decimos: "EL QUE SUFRE, ES VENCEDOR”

LA CORTESÍA ENTRE HERMANOS.

Al igual que hay cortesías (adab) que rigen la relación del discípulo y el maestro, las hay que deben practicarse entre los aspirantes (llamados ijwân, hermanos, cuando son discípulos de un mismo shaykh). Se considera que la atención a dichas cortesías y la insistencia en su observancia acaba por trasladarlas a la relación con todas las criaturas. Una Hermandad sufí, en torno a  un maestro, es un mundo en pequeño en el que el aspirante se educa para afrontar las esencias, siendo relanzado, por un lado, hacia el Creador, y, por otro, hacia la creación. Se ha dicho: “El Tasáwwuf, todo él, es adab”.

 Un primer grupo de cortesías es al que se denomina futuwwa (literalmente, significa jovialidad, entusiasmo). La futuwwa es el total de las virtudes que propician los sentimientos de hermandad y complicidad, a cuya cabeza están la solidaridad, el desprendimiento, el olvido de las afrentas, el servicio, el socorro mutuo, la indulgencia, etc.

Los maestros siempre han enseñando que entre ‘hermanos’ debe haber humildad y tolerancia, renuncia a los conflictos, cesión de derechos y ausencia de polémicas.

El discípulo debe ser ciego ante los defectos de sus hermanos, dejando su corrección al maestro, y se priva de hacer lo que les resulte detestable.

Entre aspirantes hay amor y atención. Si alguno nota desdén en otro, lo soporta, se vuelve hacia sí y espera a que desaparezca el desdén.

Entre hermanos hay renuncia a los propios derechos y no se hacen exigencias; es más, cada uno considera a los demás con derechos sobre sí y por ninguna ofensa desatiende sus obligaciones de hermandad.

La futuwwa fue el germen de grupos solidarios que jugaron un papel destacadísimo en la historia del Islam. En torno a las Hermandades en las que los lazos entre sus miembros eran sólidos se crearon vínculos que integraron a sociedades y tribus enteras. La solidaridad predicada por el sufismo permitía la cohesión entre los musulmanes, de un alcance extraordinario que se proyectó sobre el devenir del Islam.

Los maestros sufíes, a la vez que enseñaban las claves de la fraternidad, daban consejos a sus discípulos sobre las relaciones que debían mantener de distanciamiento de los ricos y poderosos y proximidad a los pobres y necesitados.

LOS SIETE RANGOS.

1- Muyâhada, el Esfuerzo

La Muyâhada es el acto de la intención y la voluntad. Sin ella -sin el Esfuerzo-, todo está avocado al fracaso.

El universo, la existencia entera, pertenecen a Allah, son de la Verdad. Lo que pretende el peregrino es sumergirse en esa Realidad que configura todas las cosas, el Señor de los Mundos. Ahora bien, el Corán enseña que el ser humano ha sido creado como califa, como ser soberano, como rey. La grandeza del hombre radica en su capacidad para abarcar el infinito, de convertirse en expresión de la inmensidad. Esa debe ser su conquista. Para ser suya, debe ser el resultado de su lucha. La Muyâhada, el empeño, es lo que hace del ser humano un conquistador de su Señor y lo inmensifica en el ser. Por ello, la  necesidad de la acción -inmersa en un profundo sentido del Destino como trasfondo que devuelve todo a la Verdad y reunifica la existencia en el Acto de Allah- es el espacio en el que la soberanía de lo humano se convierte en realización de esa función suprema a la que llamamos califato.

La tensión del sufí, su combate, su Yihâd, (sobre-esfuerzo) es lo que precipita la Contemplación  (Mushâhada). Es lo que le hace ser testigo de Allah en el mundo. Los maestros enseñan que la Contemplación es en la medida de la Muyâhada. El Profeta (s.a.w.s.) enseñó que cada cual alcanza aquello que está en su intención. El hombre consigue aquello que anida en su corazón. Si su anhelo interior es Allah, conquista la eternidad; si su inclinación es hacia el mundo, se hunde en la frustración de lo condenado a la muerte. El sufí hace de su Señor el objeto de sus deseos, hasta enamorarse por completo de Él de modo que no quede en su espíritu nada que pueda ser frustrado. Para ello, combate en una lucha denodada por purificarse, por simplificar su aspiración, por reunificar su ser.

¿En qué consiste la Muyâhada? La Muyâhada del sufí se manifiesta como cumplimiento estricto de todas las exigencias del Islam con las miras puestas en Allah en Sí. En su acción se desnuda de todo deseo que no sea Allah. Ello requiere un descomunal esfuerzo añadido, y ésa es la Senda interior en la que va deshaciéndose de todo lo que obstaculiza su relación inmediata con la Verdad. El Islam lo ayuda eficazmente en ese objetivo, pues todo lo que le exige lo pone constantemente ante Allah: sólo le queda poner todo el corazón en ello.

 El Islam somete al sufí a Allah, lo rinde ante Él, lo coloca en su verdad, que es la estricta sujeción (‘Ubûdía) a su Señor (Rabb). El sufí profundiza en la significación, exigencias e implicaciones de ello hasta morir en Allah y resucitar en la inmensidad. Por ello, los maestros no dejan de insistir en la necesidad de una acción que consiste, como hemos adelantado, en el cumplimiento estricto del Islam, con lo que se materializa la intención.

La Muyâhada, (el Esfuerzo), puede generar una enfermedad espiritual, que es la excesiva confianza en uno mismo y en la eficacia de la acción, que hacen arrogante al ser humano y lo alejan de Allah en lugar de conducirlo a Él. Por ello, no es válida la acción si no está inserta en Rangos que la orientan adecuadamente.

2- Tawakkul, el Abandono

El Tawakkul es la confianza absoluta en Allah, (un abandono a Él), una dependencia real de Él. El Corán dice: “Quien se abandona a Allah, Él le basta”, “Abandonaos a Allah, si verdaderamente os habías abierto a Él”. Esta es la actitud de quien sabe realmente quién es Allah.

El Tawakkul se basa en una cosmovisión  (‘Aqîda) en la que Allah, (la Verdad Una-Única), es el centro de la existencia, el trasfondo del devenir. Todo depende de Él, y nada hay al margen de su Voluntad. Sólo Él es Eficaz. Todo lo demás es espejismo y transitoriedad. He aquí la clave de los unitarios, los que reunifican su ser y sintonizan con la existencia, abandonándose a lo que escapa a todo control y previsión, y que es la sustancia misma de la realidad.

Todo es gobernado en su esencia por Allah, y además, Él se muestra constantemente como Fuente de Abundancia y Vida. El musulmán se abandona y confía en Allah: se abandona abandonando el conflicto, deja de pugnar con la Verdad, y por otro lado, confía en Allah, su Creador, su Señor, su Soporte y Destino, el Fundamento de su existencia, en quien, debido a todo ello, no puede imaginar una mala intención. Su abandono es confianza, es Tawakkul.

El Tawakkul se concreta en la remisión de todo a Allah y el desapego respecto a las tinieblas de la elección y la gestión. Hemos de analizar esta definición. ElTawakkul es Tafwîd, (remisión de los asuntos a Allah), es decir, es confiarlo todo a Él, esperar de Él, en definitiva, es dejar de depender del mundo. Es un radical acto de la conciencia con la que despega de todas las circunstancias para ir al fondo de todo, a la raíz insondable donde lo que está es lo que hace ser las cosas. El Tawakkul es desapego respecto a la elección (Ijtiyâr) y la gestión (Tadbîr), es decir, dejar de depender incluso de uno mismo. El que se abandona a Allah elige y gestiona sin pasión. Vive, pero inmerso en su Señor, y sus elecciones y sus previsiones se someten al Destino, sin entrar en conflicto con él. Es la paz interior de quien sabe que en el fondo todo es gobernado por Allah.

En la práctica, el Tawakkul significa que el dinero, el poder, el prestigio, etc., pierden su importancia ante el musulmán. Todos los dioses caen ante la conciencia de que lo único eficaz es Allah, el Señor Verdadero de los Mundos. El sufí, el musulmán que lleva a su extremo ésta exigencia del Islam, se mueve en un universo completamente desidolatrizado, en sintonía con el prodigio desconcertante que hay en su centro. Llamamos Allah, por tanto, a la Verdad intuida y con la que se topa cuando el hombre se despoja, en el seno de un Tawakkul radical, de sus miedos y fantasmas, de sus expectativas y sus ansias de control.

El Tawakkul debe ser un corrector de la Muyâhada, no un anulador de la acción. La confianza y el abandono a Allah no deben incitar a la pasividad, el fatalismo o la irresponsabilidad. Esos son males a los que hay estar atento, pues el Nafs, el ego, puede refugiarse en el Tawakkul para justificar su pereza y su estupidez. Por ello, al Tawakkul debe acompañarlo el Husn al-Júluq, el Comportamiento Noble.

3- Husn al-Júluq, el Comportamiento Noble

 Para la mayoría de los sufíes, el Husn al-Júluq, el Comportamiento Noble, es decir, la práctica de las cualidades elogiables (como la amabilidad en la relación con los demás, la generosidad hacia todos, el valor, la cortesía, la lealtad, etc.) no constituye un Maqâm. El Husn al-Júluq, efectivamente, tiene más que ver con el carácter, y dulcificarlo es un cometido de todos los musulmanes en relación con el mundo que les rodea. El Husn al-Júluq se da por supuesto en todo musulmán. No se concibe que quien no haya educado su carácter primero tenga aspiraciones espirituales. Es más, es la primera obligación de cualquier musulmán. Pero al-Yîlânî sí lo enumera entre los Maqâmât, y lo hace en consideración hacia el Profeta (s.a.w.s.) a quien Allah dice en el Corán: “Estás asentado sobre un Júluq (carácter, comportamiento, naturaleza) inmenso”. El Júluq de una persona, su forma de ser y de relacionarse con los demás, es, por tanto, de una gran importancia.

Este rango, citado precisamente después del Tawakkul, es el que da el tono verdadero al significado del abandono en Allah y contrarresta toda propensión a la pasividad o el fatalismo. En su radical confianza en Allah, el sufí sabe que su peregrinación interior no está desconectada del mundo exterior. La consagración a su Señor no significa una deserción del mundo, sino un desapego liberador. Tiene que seguir trabajando sobre su carácter y dulcificarlo, haciéndose amable, sincero, generoso, compasivo, interviniendo con ese Comportamiento Noble en el mundo que le toca vivir.

Ahora bien, el Husn al-Júluq, el Comportamiento Noble, sí aparece, sublimado, en otro capítulo que sí forma parte del consenso de los maestros, y es a lo que llaman Futuwwa, la caballerosidad de los peregrinos, la jovialidad de los sufíes. La Futuwwa es un profundo sentido de la fraternidad, la propia entre caballeros. Los sufíes se hermanan para la práctica de una serie de valores que implican el Husn al-Júluq: la defensa de los débiles, la liberación de los oprimidos, el arrojo en el mundo y en el espíritu, la intrepidez, etc., todo ello dentro de la sinceridad más exquisita. ‘Ali es el modelo de la Futuwwa, el jefe de los espiritualmente jóvenes (los fityân).

4- Shukr, la Gratitud

La Gratitud para con Allah, el Shukr, es un tema recurrente tanto en el Corán como en la Sunna. Consiste en el reconocimiento del Favor de Allah, un reconocimiento que es activo: por un lado, se manifiesta en la sumisión a Él, y por otro, es plasmado por la expresión del elogio del que es merecedor el que constantemente beneficia con su bien y su excelencia a la criatura.

El Shukr es la forma apasionada del conocimiento. El que verdaderamente conoce a su Señor, se vuelve agradecido, y su saber se convierte así en una emoción, no en un simple dato. La Gratitud, que es la acción del saber, su forma externa, es un modo de vivir en medio del conocimiento que el corazón adquiere de su Creador. Es verdaderamente shâkir, (agradecido), el que utiliza el favor del que es objeto -la existencia, la vida, todas las bondades de las que disfruta- en el servicio a la Voluntad de Allah. Esa es la sumisión. Pero también es importante el elogio, la alabanza, que es la manifestación de palabras de que se reconoce a Allah como fuente de todo aquello con lo que se es constantemente favorecido. Al-Yîlânî dijo: “No te confundas ante el criado que te trae una ofrenda. Descubre tras él a su Dueño que te lo envía cargado de obsequios. Quien sólo tiene en cuenta lo aparente y la causa inmediata, es un ignorante. Al inteligente se le llama inteligente porque penetra en la realidad de las cosas”.

Para todo musulmán, Allah es la verdadera razón de todo. Por tanto, Él es el origen de todo bien puesto al servicio del hombre. La Compasión de Allah, (su Rahma), es lo que inmediatamente manifiesta la existencia. La Excelencia (Ihsân) de Allah es un constante desbordamiento que posibilita lo mejor. Son lo que hay en raíz de todo, pero, como Allah dice en el Corán: “Pocos de entre mis criaturas son agradecidos”, pocas son las que detectan la bondad intrínseca a la vida. Quien se hace agradecido abre ante sí la puerta que permite contemplar a Allah, teniendo la posibilidad de sumergirse en su bondad exuberante.

En la lengua árabe existen dos palabras para agradecido: shâkir y shakûr. Quien agradece lo que se le da recibe el nombre de shâkir. Y quien agradece incluso lo que no se le da es llamado shakûr. En el versículo arriba citado “Pocos de entre mis criaturas son agradecidos”, se refiere precisamente al shakûr. Es fácil ser agradecido cuando se recibe un bien; más difícil es descubrirlo incluso en el mal. Efectivamente, el shakûr percibe la misericordia de su Señor incluso en lo que lo contraria, en las desgracias y en medio de las calamidades, en lo que va contra su propio interés. La gratitud del shakûr es una emoción enraizada en un saber profundo, en el que enseña que todo viene de una Misericordia latente incluso en lo que el hombre soporta como una agresión, que la Rahma es, en el fondo, la raíz de todas las cosas.

Efectivamente, todo viene de Allah, y todo es Rahma, hasta cuando su apariencia sea la todo lo contrario. Esa Gratitud es la propia de la quien contempla la existencia con unos ojos que detectan en todo la Acción de Allah. Es difícil, casi imposible para el común, y por ello es más meritoria, y es signo de un espíritu inmenso. Implica una sintonía que va más allá de todas las formas y de todos los criterios. Se asienta sólidamente sobre una percepción unitaria que hunde sus raíces en una comunión auténtica con el Destino, que no conlleva, por otra parte, nada de fatalismo, sino participación del corazón en los movimientos del universo de acuerdo a su Eje, por siempre pura Misericordia. Es la Gratitud de quien no juzga a Allah sino que recibe sus bendiciones en medio de lo que confunde y desespera a los hombres.

5- Sabr, la Paciencia

En quinto lugar, encontramos la Paciencia, (el Sabr), que es la capacidad de resistencia, la tenacidad y la perseverancia del peregrino. Ya hemos señalado que la Gratitud más fácil es la de quien reconoce un favor evidente, y que la Gratitud ante la calamidad es mucho más difícil. Por tanto, mientras no adquiera ese grado supremo, el aspirante debe practicar, si no la Gratitud, sí la Paciencia ante todo lo que le asalte de mala manera.

El Sabr, (la Paciencia), es una virtud que el Corán no deja de elogiar: “Ciertamente, Allah está con los pacientes”, “Oh, vosotros, los que os habéis abierto de corazón a Allah: sed pacientes, perseverad, acuartelaos, y sobrecogeos en el Recuerdo de Allah. Tal vez triunféis”.

El Imâm al-Yîlânî definía el Sabr como “la capacidad para mantener la cortesía en medio de la calamidad”. Estas palabras tienen una significación que va de un nivel simple a otro más profundo. En principio, quieren decir que un musulmán no debe dejarse conducir por la inquietud, las prisas o la desesperación. En ningún caso las circunstancias lo arrastran. Necesita actuar con la sabiduría de quien es prudente y paciente. Por otro lado, el Sabr es también perseverancia: ninguna circunstancia puede derrotar a aquél cuyo corazón tiene la fuerza del Sabr. Ninguna adversidad es tan fuerte como para desmoralizar a quien sabe con todo su corazón que, en el fondo, el universo entero y el devenir es gobernado por Allah Uno-Único. Para el sufí, la Paciencia es seguir constante en el Camino a pesar de los obstáculos que encuentre.

Hay una Paciencia en Allah, que consiste en ser firme ante el Destino cuando es contrario. Hay una Paciencia por Allah, que consiste en ser cortés en medio de la adversidad. Hay una Paciencia con Allah, que consiste en obedecer estrictamente sus órdenes. Y hay una Paciencia que es aguantar estar sin Allah, es decir, soportar su ausencia. Esta última es la más fácil para el común de los hombres y, sin embargo, es la más difícil y amarga para los que conocen a Allah.

Los signos de la paciencia son: la calma, es decir, la imperturbabilidad en medio de la desgracia; la ausencia de acusación, es decir, evitar el lamento en la adversidad; el cumplimiento de la Ley Revelada en todas las circunstancias.. En realidad, el Sabr, la Paciencia-Perseverancia, la Tenacidad, es una de las claves fundamentales y tiene en su base secretos unitarios de un gran alcance. Al igual que todos los Maqâmât  anteriores, es un esfuerzo que sitúa al aspirante en medio de la Verdad.

6- Ridâ, la Satisfacción

La práctica de la Gratitud y la Paciencia -llevados a su significación más profunda- desemboca en la Satisfacción (Ridâ). Esa beatitud es el fruto espontáneo que nace del estado de alabanza absoluta en el que se sume el peregrino, pero también es estimulada independientemente con un esfuerzo añadido con el que se pretende sentir la plenitud que guarda como secreto interior todo lo que acontece en la existencia. Todo es testimonio del desenvolvimiento de un Poder majestuoso en cuyo seno el corazón encuentra sosiego y placer. En cierta ocasión, el Profeta (s.a.w.s.) dijo: “Quien ha probado el sabor de la Sensibilidad Espiritual está satisfecho de que Allah sea su Señor”.

La Satisfacción es la plena realización de la dependencia respecto a Allah. La verdad del ser humano -ya lo hemos visto- es la sujeción a su Señor. Cuando, gracias al Esfuerzo, la Confianza, el Comportamiento Noble, la Gratitud y la Paciencia el peregrino vibra al ritmo del Destino (al-Qádâ wa l-Qádar), su existencia pasa a ser expresión de la Voluntad creadora en una satisfacción íntima. Ridâ es paz acompañada de alegría en el corazón, pues el hombre se ha vaciado de todo egoísmo, de toda separación. Al-Ŷîlânî decía: “Pedidle a Allah que os proporcione Ridâ, porque es el gran descanso, el paraíso más elevado, la gran puerta hacia Allah, lo que desencadena su Amor hacia el hombre...”.

La plena Satisfacción es la alquimia que transforma al ser humano. Cuando el aspirante consigue estar más allá de sus ambiciones, cuando ha trascendido todas las circunstancias, cuando ha dejado atrás todas las inquietudes, cuando ha salido del desasosiego, entonces entra en el espacio inmenso del Ridâ. El Corán dice: “Allah está satisfecho con ellos, y ellos están satisfechos con Él”.

Esto es sólo posible en una realización completa de los Comportamientos Nobles. Quien ha superado las miserias de los hombres (la envidia, el rencor, la avidez, la avaricia,..) y las ha sustituido por sus contrarios, está preparado para saborear la Satisfacción. Cuando los Comportamientos Nobles son coronados por la Gratitud y la Paciencia, entonces la Satisfacción emerge dulcificando la existencia del sufí.

7- Sidq, la Sinceridad

La Sinceridad, (Sidq), puede parecer contraproducente cuando se espera del aspirante que haya sido sincero en todo momento. Pero, en realidad, se trata de otra sinceridad, mucho más radical: la consonancia con la Verdad.

La Sinceridad es un secreto inmenso. Sólo en árabe es posible entender sus implicaciones cuando pensamos que tiene que ver con la amistad (sadâqa), con la obligación de auxiliar al necesitado (sádaqa) y con la dote que el novio entrega a la desposada (sadâq), por enumerar sólo algunas de las implicaciones que coinciden en la palabra Sidq. La Sinceridad de la que estamos hablando es un nexo íntimo con la Verdad, que es Allah. El Profeta (s.a.w.s.) colocó este Maqâm sólo por debajo del de la Profecía (Nubuwwa).

La Sinceridad es una entrega absoluta a Allah, sin reparos, sin condiciones, sin esperar nada a cambio, por puro amor a su autenticidad. El sincero (sâdiq) es muy sincero (siddîq) y comparte entonces una intimidad muy estrecha con Allah. El sincero y el muy sincero están ya más allá de la muerte. Son, (en esta vida), la reverberación del Tawhîd, los signos de la unificación.  La Sinceridad comienza diciendo la verdad, amando la verdad, hasta que sincera al hombre y lo hace verdadero. Ése es su secreto.

No hay autentica sinceridad en ninguno de los Maqâmât anteriores hasta que son coronados por el Sidq, no ya como virtud sino como realidad del ser. El Sidq está estrechamente relacionado con otro concepto central en el Islam, (el Ijlâs), el absoluto desinterés, la pureza de la sinceridad. El Ijlâs es la capacidad liberadora de la Sinceridad, que purifica por completo al hombre y lo hace califa.


SURYANIYYA. SIDDIQIYYA.


El lenguaje sufí es un lenguaje espiritual. El lenguaje místico es el arte de hablar de aquello que es “inaccesible a los sentidos con las palabras de las realidades presentes”.
Dicho de otro modo, el lenguaje en los sufís es uno de los medios de dar cuenta de la doble dimensión de la realidad
espiritual: el mundo escondido y el mundo aparente. 
El lenguaje tiene pues una función importante en la enseñanza sufí. Sin embargo, se define como una discusión
y no como un discurso. Por otra parte, la enseñanza no se realiza solamente a través del lenguaje. La invocación es
igual de importante si no lo es más. Es la razón por la que solemos oir, en el medio, que “la vía es invocación y discusión (dhikr wa mudakara).”
El lenguaje sufí no es aquel del jurista que dicta lo que hay que hacer y lo que no; no es aquel del filósofo que deduce (istinbat) o induce (istidlal) sus conceptos y no es
tampoco aquel del poeta cuyo estilo responde a los cánones de la estética.
El lenguaje sufí traduce una experiencia interior.
Cada palabra expresa un matiz particular del estado del alma (hal) del místico. Así, el lenguaje sufí se convierte en sí mismo en una experiencia mística que cambia según la diversidad de los estados del alma (ahwal) y también según la sucesión de las estaciones (maqamat).
La expresión (‘ibara), la alusión (ishara) y el símbolo (ramz) son las tres formas que toma este lenguaje. Cada una de ellas traduce una realidad particular de la
experiencia espiritual. “La expresión, nos dice Ibn ‘Ayiba, esclarece; la alusión indica; el símbolo alegra”. A cada forma le corresponde una función dada que se vuelve cada vez más sutil a medida que el amante se acerca a su BienAmado. Según la doctrina sufí, el gnóstico, (una vez
llegado al más alto grado de la santidad, ya no le hace falta el lenguaje para expresar su estado de Unión. Ibn ‘Ata’
Allah nos dice, en una de sus sapiencias (hikam):
“El gnóstico no es aquel que, por el lenguaje alusivo, encuentra a Allah más intimo que a sí mismo por la alusión, sino aquel para quien ya no hay lenguaje alusivo, estando aniquilado en el Ser y concentrado en Su contemplación.”
Según esta hikma (sapiencia), la unión mística con Allah (aniquilación), anula la alusión (ishara). El lenguaje ya no tiene razón de ser ya que en su lugar, ya no
hay separación. Sin embargo, el Maestro espiritual tiene la responsabilidad de desvelar las potencialidades interiores de la gente que le rodea. Si su grado de unión con Allah le dispensa del lenguaje, los que están con él aspiran aún a ese estado de Unión. Por consiguiente, hay que adoptar formas lingüísticas cuyo valor será fundamentalmente pedagógico.
La expresión destinada a “esclarecer”, es un primer nivel de lenguaje. Pero cuidado, avisa Hamza, con las especulaciones abstractas. Cuidado con los extravíos
idólatras del lenguaje, donde el verbalismo se convierte en “el enemigo del verbo”:
“Desconfiad de los que conocen bien el lenguaje y podrían seduciros con bellos discursos, os advierto contra éstos.”
El místico comprometido en la vía de la autenticidad (ikhlas) no se puede permitir decir cualquier cosa. Cuando se expresa, no es él quien habla sinó la presencia del
estado místico en él. Así el aviso de Hamza denuncia el lenguaje que pretende traducir cierta verdad espiritual que no es vivida. De lo que se trata en ese caso es de una falsa pretensión del conocimiento. Dicho de otro modo, Hamza denuncia el desfase entre el mundo interior y el mundo exterior. Más, que el lenguaje sea pura expresión de la experiencia espiritual, significa que la palabra es un reflejo sonoro de la conciencia espiritual. Como lo señala ese verso de poesía que a menudo pronuncian los fuqara: “¿Acaso los recipientes no rebosan de aquello de lo que contienen?” (al-awai la tantiqu ila bi-masaqan).
Cuando la expresión ya no es suficiente para hablar de la experiencia, el lenguaje apela a la alusión (ishara) que
transporta a la conciencia humana a otro plano. Ya no se trata aquí de esclarecimiento, sinó de indicación. La alusión toma prestada la metáfora para recitar, alabar o sencillamente, hablar del BienAmado. También para hablar de las
realidades sutiles que corresponde al corazón captador. El Shaykh nos ofrece un  buen ejemplo cuando nos habla del alif,
la primera letra del alfabeto àrabe:
“Todo está en el alif, todo es alif. Aquel que descubre ésta realidad descubre que él mismo es alif. Es un grado elevado
que necesita de una gran protección. Esta protección está asegurada por el Maestro y proviene del idhn (ilm) (Autorización).”
El sentido de ésta metáfora emana de la relación entre el alif y las otras letras del alfabeto. El alif se escribe con la forma de una raya vertical. Cuando llevamos nuestra atención a las otras letras del alfabeto àrabe, notamos que, a pesar de las diferentes formas que toman, son
todas una prolongación del alif. Por ejemplo, la "ba" es un alif horizontal cuyas extremidades son levantadas hacia
arriba. Lo mismo ocurre en el caso de la "nun" cuya curva hacia arriba está más acentuada, o la "waw" que es un alif
que hace un bucle.
La metáfora del alif traduce una realidad espiritual tan importante como la de la relación aparente/oculto.
Para los sufís, el hecho de que el conjunto de letras sea una prolongación del alif revela la presencia de una realidad del alif en todas las otras cosas. El alif se convierte entonces en la unidad subyacente, en el seno de la
multiplicidad alfabética de la lengua árabe. Esta metáfora hace alusión a la relación entre la Unidad divina y la
multiplicidad del mundo. Es otra manera de testificar que no hay otra realidad más que la Realidad divina (la ilaha illallah). Comprendemos entonces porque el alif,
una vez “realizado”, corresponde a un alto nivel de espiritualidad.
Para dar cuenta de la relación del Uno con lo múltiple, los sufís van a utilizar otras alusiones como aquella del espejo y de la imagen que refleja, o también la del
mar y las olas. No ver la unidad subyacente en el seno de la multiplicidad del mundo es como no ser consciente de la presencia del espejo cuando miramos las imágenes que refleja o también como olvidar que las olas no son más que la forma aparente del mar.
Hamza va a utilizar otras metáforas en sus declaraciones con el fin de “indicarnos” (ishara) otras realidades espirituales. Va a comparar el corazón a un receptáculo (aniyya) con el fin de instruirnos sobre la capacidad receptiva de éste “órgano”, apto para recibir las
Emanaciones divinas. Cuando lo compara a un espejo, es para hacer alusión al trabajo espiritual que consiste en
pulir el corazón para que se convierta en el espejo de estas Emanaciones. Y cuando toma la imagen del girasol, nos señala la importancia de la orientación del
corazón hacia las Luces divinas, tal es esta flor, el heliotropo, que se orienta hacia el sol desde el alba hasta la aurora.

La metáfora (‘ibara) es, pues, un lenguaje pedagógico que permite a los sufís hablar de ciertas realidades del mundo espiritual según los términos del mundo material.
Dicho de otro modo, es hablar de lo invisible (ghayb) en términos de lo aparente (shahid) o también hablar de la interioridad (batin) en términos de exterioridad (dahir). Sin el recurso de la metáfora, es prácticamente imposible hablar de realidades espirituales. En el medio, oímos también hablar de Secreto (sirr) divino, considerado como una
realidad espiritual de gran importancia.  Pero, ¿cómo hablar de una realidad que escapa a las conciencias?. Con el fin de
volverla accesible, el Shaykh de la tariqa  compara el Secreto (Sirr) a algo que los sentidos pueden captar y, sobretodo, a un fenómeno muy actual:
“La luz divina gira entorno al corazón del discípulo. Más, al igual que para que un avión aterrice, le hace falta que la pista
de aterrizaje este totalmente despejada; si nuestro corazón está lleno de deseos y pasiones, la Luz no encontrará el lugar
donde posarse.”

Entre el Secreto, (ésta Luz divina), y el corazón, se establece un dialogo íntimo, el del amante con su BienAmado. Es también el dialogo del vino espiritual y de las copas, del sol y de las lunas que encontramos en mucha poesía sufí. La metáfora sufí se vuelve entonces,
en tanto que modalidad lingüística, portavoz de la separación, de la unión y del recorrido iniciático. El alejamiento de las Luces divinas provoca la desolación del corazón mientras que su proximidad inspira la alegría y la felicidad.
La alusión (ishara) no se limita únicamente a las metáforas. Con el fin de ilustrar sus palabras, el Shaykh va a
contar anécdotas sobre su padre, su Maestro, o sobre otros Maestros y sus discípulos. En tanto que la alusión, la
anécdota, posee la misma característica pedagógica que la metáfora. Ella “indica” (ishara) y así pues instruye sobre
ciertos aspectos de la enseñanza sufí.

Assalamo aleikum. 



SOBRE LOS HIPÓCRITAS.

Burlarse y ridiculizar la religión y a los seguidores de tal religión es una de las peculiaridades de los infieles, politeístas e hipócritas. En un lugar del sagrado Corán, Allah el Altísimo dice acerca de los hipócritas:
"Cuando encuentran a quienes creen, dicen: «¡Creemos!» Pero, cuando están a solas con sus demonios, dicen: «Estamos con vosotros, era sólo una broma». Allah (Él mismo) hizo burlarse de ellos, dejándolos vagar ciegamente en su contumacia ". (Corán 2: 14-15).                  De manera similar, cuando el Profeta Noé (PyB) estaba preparando la nave, los infieles, mientras pasaban cerca de él, solían burlarse de él, lo cual Allah SWT describió así:             
"Y, mientras construía la nave, siempre que pasaban por allí dignatarios de su pueblo se burlaban de él. Decía: «Si os burláis de nosotros, ya nos burlaremos de vosotros como os burláis."
(Corán 11: 38).
Entonces lo que eventualmente se convirtió en esos burladores no está oculto para nadie, es decir, toda la comunidad se ahogó con un azote divino. De manera similar, cuando los infieles de Meca comenzaron a despreciar al Santo Profeta y reírse de la religión presentada por él y despreciar sus dichos y acciones, el Único, Allah SWT, consolándolo, dijo:        "Se burlaron de otros enviados que te precedieron, pero los que se burlaban se vieron cercados por aquello de que se burlaban". (Corán 21: 41).

TÚ ENEMIGO ES EL MAL.

- La culpa y el engaño es de Satanás, dice un verso árabe.

- "Lo mejor en asuntos religiosos es la Sunna y lo peor de todo son las innovaciones". 

- "El que eligió el camino contrario al del Profeta nunca alcanzará el destino". (Shaikh Saa'di). 

El enemigo eterno del hombre es Satanás.
Satanás, antes que nada, trata de mantener al hombre alejado de la fe (iman). Entonces, si Allah (el Altísimo) le concede la riqueza de la fe a alguien y también él mismo hace arreglos para su protección, Satanás trata de evitar que tal hombre realice actos de fe. A veces le dice al hombre: "Allah es a menudo indulgente y misericordioso. Si haces algo no serás perdonado. Entonces, ¿por qué te tomas molestias innecesariamente?" Algunas veces él le presenta la montaña de los pecados del hombre y le pregunta: "¿Después de haber hecho tanto, incluso ahora atesoras la esperanza del perdón?" De ésta manera, decepciona al hombre y le impide hacer buenas obras. Pero si alguno de los siervos de Allah se libera del fraude y el engaño de Satanás y se esfuerza por hacer las buenas obras, entonces Satanás intenta desviarlo de los métodos de Allah y del Profeta y lo seduce para seguir sus propios métodos. En éste mundo no hay nadie más desafortunado que aquel a quien Satanás enreda en su estratagema, astucia y engaño. Asiduamente, el hombre ha dejado los actos satánicos con la esperanza de recibir la misericordia y la recompensa de Allah. Pero al final, en lugar de la compañía del Santo Profeta en el Cielo, él tendrá que ser el maldito compañero de Satanás en el fuego del Infierno. Y en el mundo, Satanás se burlará de él ante su propia comitiva, por lo que él (Satanás) enredó tanto al individuo que ni recibió la religión ni el mundo material; y al final, también, señalando ésta acción suya a sus seguidores, tratará de absolverse. Como tal, Allah SWT afirma ésto en el Corán: "Y Satanás dirá cuándo se decida el asunto:  "«Allah os hizo una promesa de verdad, pero yo os hice una que no he cumplido. No tenía más poder sobre vosotros que para llamaros y me escuchasteis. ¡No me censuréis, pues, a mí, sino censuraos a vosotros mismos! Ni yo puedo socorreros, ni vosotros podéis socorrerme. Niego que me hayáis asociado antes a Allah». Los impíos tendrán un castigo doloroso," (Corán 14: 22). Por lo tanto, Allah (el Altísimo) en el Corán y el Santo Profeta en el Hadiz han advertido en varios lugares que Satanás es tu propio enemigo. Si lo persigues, te extraviarás. Satanás engaña a la gente de varias maneras y las emplea para engañar a todo tipo de personas, ya sean o no, profesionales o doctos teólogos. No maneja todo, con el mismo palo, pero usa diferentes trucos y fraudes para diferentes personas.