miércoles, 22 de julio de 2020

MUJERES SUFÍES EN LA HISTORIA.

Desde el comienzo de la conciencia, los seres humanos, tanto hombres como mujeres, han transitado por la senda del reencuentro con la Fuente del Ser. Aunque en éste mundo de dualidad, podemos adoptar distintas formas, en última instancia no existen hombres ni mujeres, sino sólo el Ser. Dentro de la tradición sufí, el reconocimiento de ésta verdad ha estimulado la madurez espiritual de las mujeres, de una manera que no siempre ha sido posible en Occidente.
Desde un principio, las mujeres han desempeñado un importante papel en el desarrollo del sufismo, el cual tradicionalmente, se entiende que comenzó con el Profeta Muhammad.          El Profeta Muhammad transmitió un mensaje que combinaba el espíritu y la materia, la esencia y la forma, y el reconocimiento de lo femenino y de lo masculino. Aunque las manifestaciones culturales han ocultado en parte la pureza original de ésta intención, las palabras del Corán expresan la igualdad de mujeres y hombres ante los ojos de Allah SWT.    
En un tiempo, en que las tribus árabes adoradoras de dioses y varios ídolos eran todavía bastante brutales, llegando incluso a enterrar a las niñas recién nacidas para favorecer a la descendencia masculina, éste nuevo portavoz de la tradición abrahámica intentó restablecer el reconocimiento de la Unidad del Ser. Trató de corregir los desequilibrios que habían surgido, aconsejando honrar y respetar lo femenino, así como la gracia y la armonía de la naturaleza.
Durante los primeros años de ésta nueva revelación, Jadiya, la amada esposa del Profeta Muhammad, jugó un papel de gran importancia. Fue ella quien respaldó, fortaleció y apoyó al Profeta (s.a.w.s.) cuando a éste lo asaltaron las dudas y el desconcierto. Estuvo junto a él en medio de la dificultad y la angustia extrema, y ayudó a transmitir la luz de la nueva fe.  Fátima, la hija de Muhammad y Jadiya, fue la primera en comprender el Islam de la manera más profunda y de hecho, a menudo se la conoce como la primera gnóstica musulmana. Su matrimonio con Ali sembró en el mundo ésta nueva manifestación de misticismo, y las semillas de su unión comenzaron a florecer.
Cuando se desarrolló la dimensión mística del Islam, fue una mujer, Rabia al-Adawiyya (717-801d.C.), la que expresó por primera vez la relación con lo divino en un lenguaje que hemos llegado a reconocer como específicamente sufí, refiriéndose a Dios como el Amado. Rabia fue el primer ser humano que habló sobre las realidades del sufismo con un lenguaje que cualquiera podía entender. A pesar de que experimentó muchas dificultades en sus primeros años, el punto de partida de Rabia no fue ni el temor al infierno ni el deseo del paraíso, sino sólo el amor. “Dios es Dios”, decía, “por eso amo a Dios... no por ninguno de Sus dones, sino por Él Mismo.” Su objetivo era disolver su ser en Dios. Según ella, se puede encontrar a Dios volviéndose hacia uno mismo. Tal y como dijo el Profeta Muhammad: “Quien se conoce a sí mismo, conoce a Su Señor.” En última instancia, es el amor el que nos conduce a la Unidad del Ser.
A lo largo de los siglos, mujeres y hombres han seguido llevando la luz de éste amor. Por muchas razones, las mujeres han sido a menudo menos visibles y más reservadas que los hombres, pero, sin embargo, han participado activamente. Dentro de algunos círculos sufíes, las mujeres participaban junto a los hombres en las ceremonias; en otras órdenes, las mujeres se reunían en sus propios círculos, recordando a Dios y adorándolo separadas de los hombres. Algunas mujeres se entregaron al Espíritu a través de la ascesis, aislándose de la sociedad, como hizo Rabia; otras optaron por la labor benéfica y fomentaron los grupos de oración y de estudio. Muchos de los grandes maestros con los que estamos familiarizados en Occidente tuvieron maestras, alumnas y compañeras espirituales que influyeron mucho en su pensamiento y en su vida. Esposas y madres también apoyaron a los miembros de su familia, mientras continuaban su propio viaje para unirse con el Amado.
Ibn Arabi, el gran “Polo de Conocimiento” (1165-1240 d.C.), habla del tiempo que pasó junto a dos ancianas mujeres contemplativas que ejercieron una profunda influencia sobre él: Shams de Marchena, “la de los suspiros”, y Fátima de Córdoba. De Fátima, con quien pasó mucho tiempo, dice:
“Serví como discípulo de una de las amantes de Dios, una gnóstica, una dama que vivía en Sevilla, llamada Fátima bint Ibn al-Muthanna de Córdoba. Estuve a su servicio durante varios años, teniendo ella unos noventa y cinco años de edad...Ella solía tocar la pandereta y mostraba un gran placer al hacerlo. Cuando le pregunté sobre ello, respondió: ‘Me regocijo en Él, Quien me ha prestado atención y me ha convertido en uno de Sus Amigos (Santos), usándome para Sus propios fines. ¿Quién soy yo para que Él deba elegirme de entre todos los seres humanos? Él se muestra celoso conmigo, pues, cada vez que, de manera negligente, dirijo mi atención hacia algo no sea Él, me envía alguna aflicción relacionada con ese algo.’... Le construí con mis propias manos una choza de juncos tan alta como ella, en la que vivió hasta su fallecimiento. Solía decirme: ‘Soy tu madre espiritual y la luz de tu madre terrenal.’ Cuando mi madre vino a visitarla, Fátima le dijo: ‘¡Oh, luz! éste es mi hijo y él es tu padre, así que trátalo con amor filial y no lo disgustes.’” 
Cuando a otro conocido maestro, Bayazid Bestami (m. 874), le preguntaron quién había sido su maestro, habló de una anciana mujer a quien conoció en el desierto. Esta mujer lo llamó “tirano vanidoso” por haber usado a un león para transportar un saco de harina, oprimiendo a una criatura a la que Dios mismo había aliviado de cargas, y por buscar reconocimiento en tales milagros, mostrando su vanidad. Las palabras de aquella mujer le ofrecieron guía espiritual durante algún tiempo.
Otra mujer por la cual Bestami demostró un gran respeto fue Fátima Nishapuri (m. 838), de quien dijo: “No había ninguna morada (en la Senda) de la que le hablara y en la que ella no hubiera estado ya.” Alguien le preguntó una vez al gran maestro sufí egipcio Dhon-Nun Mesri: “¿Quién es, en tu opinión, el más grande de los sufíes?” Él contestó: “Una dama en La Meca, llamada Fátima Nishapuri, cuyas palabras demuestran un conocimiento profundo del sentido oculto del Corán.” Cuando le insistieron para que dijera algo más sobre Fátima, añadió: “Es una santa de Dios, y mi maestra.” En cierta ocasión, ella le aconsejó: “En todos tus actos, vigila que actúas con sinceridad y en oposición a tu yo inferior (nafs).” Ella también dijo: “Todo aquel que no tenga a Dios en su conciencia está herrado y se engaña, no importa lo que diga o a quien frecuente. Sin embargo, quien se mantiene en compañía de Dios sólo habla con sinceridad y su conducta se rige por el pudor y una ferviente devoción.” 
La esposa del sufí del siglo IX Al-Hakim at-Tirmidhi, era una gnóstica por derecho propio. A veces, el misterioso Jidr se le aparecía en sueños. Una noche, Jidr le dijo que su marido debía proteger la pureza de su casa. Preocupada de que quizá se estuviera refiriendo a la falta de limpieza, que a veces había a causa de sus hijos pequeños, le preguntó a Jidr durante su sueño, y éste le respondió señalándose la lengua; ella debía decirle a su marido que cuidara la pureza de sus palabras.
Entre las mujeres que siguieron la Senda del Amor y de la Verdad, hubo algunas que mostraban su alegría y otras que lloraban continuamente. Shawana, una persa, era de las que lloraban. Hombres y mujeres se reunían a su alrededor para escuchar sus canciones y discursos. Ella solía decir: “Los ojos que no han podido contemplar al Amado y, sin embargo, están deseosos de hacerlo, no pueden ser aptos para esta visión si no se inundan de lágrimas.” Shawana no sólo estaba “cegada por las lágrimas de la penitencia, sino deslumbrada por la radiante gloria del Amado.”  Durante su vida, experimentó la cercanía íntima con el Amigo, o Dios. Esto influyó profundamente en su devoto esposo y en su hijo, el cual también se convirtió en santo. Ella llegó a ser uno de los maestros más conocidos de su tiempo.
Una de las que mostraba su alegría era Fedha, quien también era una mujer casada. Enseñaba que “la alegría del corazón debe ser la felicidad basada en lo que sentimos en nuestro interior; por tanto, siempre debemos esforzarnos para que nuestros corazones estén alegres, hasta que todo el mundo a nuestro alrededor también esté alegre.” 
La mayor parte de las palabras de las mujeres sufíes que se conservan de los siglos pasados proceden de crónicas tradicionales con sus comentarios o de poemas elaborados en torno a sus palabras. Aunque el Corán insiste mucho en la educación de hombres y mujeres, a veces estas últimas, en circunstancias similares a las de los hombres, dispusieron de menos oportunidades para educarse. En éste breve comentario no intentaré abordar la evolución del papel de la mujer en el Islam exotérico, pues se trata de un asunto variado y complejo. Sin embargo, Debemos reconocer que, en general, las mujeres de todo el mundo a menudo han debido hacer frente a un trato discriminatorio en razón de su sexo. Dentro de la sociedad islámica, al igual que en la nuestra, se ha dado el trato vejatorio hacia las mujeres, a veces de manera obvia y otras de un modo más sutil. Aunque en las culturas locales superpuestas y la jurisprudencia islámica dominada por los hombres pueden haber aumentado las restricciones sobre la mujer en diversas esferas, el Corán exige básicamente el respeto y todo el reconocimiento entre los seres humanos sin distinción de sexo o de condición social. En el sufismo ha prevalecido ésta actitud coránica tan esencial.
Por otra parte, en los entornos sufíes siempre ha existido más tendencia a transmitir sus enseñanzas de manera oral que por escrito, y las mujeres en particular pueden haber sido menos propensas a escribir, prefiriendo en su lugar limitarse a vivir la experiencia. No obstante, hubo mujeres que escribieron sobre sus experiencias místicas en forma de poemas o de tratados con explicaciones sistemáticas. A medida que los estudiosos occidentales van traduciendo más obras de este tipo, la historia del sufismo resulta cada vez más accesible para nosotros.
Conforme ésta historia, queda al descubierto y vamos conociendo la vida y la obra de muchas hermanas sufíes. Entre ellas se encuentra Fátima o Yahan-Ara, la hija favorita del sha Yahan, el emperador mongol de la India (1592-1666). Fátima escribió un relato sobre su iniciación titulado Risala-i Sahibiyya , considerado una bella y docta exposición del florecimiento del sufismo en su corazón.
Aisha de Damasco fue una famosa gnóstica del siglo XV. Escribió un célebre comentario sobre Las estaciones del peregrino (Manazel as-saerin), de Jwaya Abdollah Ansari, titulado Alusiones ocultas en las estaciones de los santos (Al-esharat al-khafiys fil-manazel al-auliya) . Bib Hayati Kermani perteneció a una familia inmersa en la tradición sufí. Su hermano era un sheikh (maestro) de la orden Nematullahi, y ella se casó con un maestro de la misma. Tras su matrimonio, compuso un diwán (colección de poemas) que revelaba la combinación de sus conocimientos internos y externos sobre el sufismo.
En la Bektashiya, una orden en la que las mujeres siempre han participado junto a los hombres en las ceremonias, muchas mujeres han seguido la tradición de componer canciones sagradas (illahis). En 1987, un libro de canciones titulado "Gul deste" (“Un ramo de rosas”) fue publicado en Turquía. En él se recogen himnos sagrados compuestos por mujeres y hombres de la tradición bektashi, desde el siglo XIX hasta la actualidad. 
Mujeres sufíes de todo el mundo continúan enseñando y compartiendo sus experiencias por medio oral y escrito. En el Sudán, por ejemplo, sigue habiendo sheijas (maestras) especialmente hábiles en las artes curativas. En Oriente Medio, las mujeres siguen madurando en muchas órdenes sufíes. En Turquía, en particular, las enseñanzas continúan transmitiéndose a través de mujeres y de hombres por igual, quizá incluso más ahora que en el pasado, pues la prohibición de las órdenes sufíes por parte de Ataturk a comienzos del siglo XX condujo a que las prácticas sufíes se trasladaran a los domicilios particulares. Una radiante dama, Feriha Ana, sostuvo la tradición Rifai en Estambul hasta su muerte a comienzos de los años noventa, y Zeyneb Hatun, de Ankara, ha seguido inspirando a personas de dentro y fuera de Turquía con sus poemas y canciones.

Nota: Dios es una palabra genérica que no se confirma como Nombre propio del Supremo Hacedor.