martes, 4 de mayo de 2021

EL NEXO.

Del NEXO (conexión).
Habiendo explicado la manera, según más allá de nuestras impresiones inmediatas razonamos, que determinadas causas deben tener efectos determinados, debemos ahora examinar la cuestión que se nos presentó primeramente y que hemos dejado estacionado en nuestro examen, a saber: ¿cuál es nuestra a idea de la necesidad cuando decimos que dos objetos están necesariamente unidos entre sí?. Con referencia a éste apartado, lo que frecuentemente he tenido ocasión de observar es que no podemos tener ninguna idea preconcebida para que no  derive en una presión, debemos encontrar una impresión que haga surgir la idea de la necesidad, si afirmamos que realmente podemos alcanzar ésta conexión. Para ello, considero que se hallará en la necesidad de encontrarlo, pero siempre con las causas y efectos, dirijo mi mirada hacia el punto (que se supone) abrirá esta relación-nexo, y de la que poseemos una porción de llaves; examino todas en todas las situaciones en las que son susceptibles. Inmediatamente percibo que los que son contiguos en tiempo y lugar, y que el objetivo que llamamos causa precede al que llamamos efecto. En ningún caso puedo ir más lejos ni me es posible descubrir una tercera relación entre estos nexos; por consiguiente, amplío mi consideración hasta comprender varios casos que encontré semejantes, no existiendo en relaciones semejantes de contiguedad y sucesión heredada. A primera vista, esto parece apenas servir para mi propósito. La reflexión sobre varios casos solamente repite los objetivos y, por consiguiente, no puede jamás hacer surgir una nueva idea que nos ayude en el evento. Sin embargo, por una parte hace surgir el medio, la idea que examino en el presente artículo para proporcionar su usual y considerarlo una característica de delectación que produce una nueva impresión en acción frecuente,  que va más allá de los objetos, el espíritu está determinado por la aparición de su forma más intensa y por su relación con  la frecuencia o por el hábito desde la primera impresión, pues ésta determina la idea de la necesidad. Es ésta determinación la que me proporcionó evidencias que serán admitidas a primera vista, por ser deducciones evidentes de principios que hemos establecido ya que hemos empleado con frecuencia nuestra intuición y los razonamientos. Empleando el mismo principio de las deducciones, puede conducirnos irreflexivamente a la conclusión y hacernos imaginar que no contiene nada extraordinario digno de nuestra curiosidad. Pero aunque esta advertencia tal pueda facilitar la aceptación de éste razonamiento, ¿harán que se le olvide también más fácilmente?, por cuya razón estimo apropiado advertir que acabo de examinar una de las cuestiones más sublimes.. a saber: la referente al poder y eficacia de las causas, en la que todas las ciencias parecen estar tan interesadas. Una indicación que despertará, naturalmente, la atención del lector y le hará desear una explicación más completa de éste nexo, así como de los argumentos en los que se funda. Esta petición es tan razonable que no puedo negarme a complacerla, en especial porque tengo la esperanza de que estos principios cuanto más sean examinados, más fuerza y evidencia adquirirán. 
No existe una cuestión que, por razón de dificultad, haya causado más discusiones, que la referente a la eficacia de las causas o el modo que hace que les sigan sus efectos. Sin embargo, a estas discusiones (pienso) que no sería impropio legar qué idea tenemos sobre la eficacia, en lo referente a sus efectos. Sin embargo, antes de que la cualidad, examine alguna controversia, comienzo por observar que tiene eficacia, influencia, poder, fuerza, energia, densidad, conexión y cualidad productiva, y son todos sinónimos, pero es absurdo emplear sólo uno de ellos y conseguir definir los restantes. Por medio de estas observaciones comenzamos a la vez todas con las definiciones vulgares que han dado los filósofos sobre poder y eficacia y, en vez de buscar la idea en estas definiciones, debemos buscarla entre las impresiones de las que se deriva originalmente. Si es una idea compuesta, debe surgir de impresiones compuestas. Y si es simple, de impresiones simples. Creo que la explicación más general y popular de esta cuestión, es decir que al hallar por experiencia que existen varias nuevas producciones en la materia, tales como los movimientos y variaciones del cuerpo, y concluyendo que debe existir en alguna parte un poder capaz de producirlas, llegamos, mediante éste razonamiento a la idea del poder y eficacia. Pero, sin embargo, para convencernos de que esta explicación es más popular que filosófica, necesitamos solamente reflexionar sobre dos principios muy claros: primero, que la razón por sí sola no puede jamás producir una idea original y, segundo, que la razón, como distinta de la experiencia, no puede jamás hacernos concluir que una causalidad productiva es exigida absolutamente para un esfuerzo de existencia. Debo inferir de esto que, puesto que la razón hace que surja una idea de eficacia, esta base de la experiencia de unos casos, hace de ésta eficacia constituyente por los canales corrientes de la sensación hacia la realidad del paso del espíritu sentido. Las ideas representan siempre sus objetos o improntas y viceversa, y se necesitan algunos parámetros para asimilarlo en ideas. Por consiguiente, si pretendemos hacer sinergia de impresiones es hacer exacta ésta eficacia, y debemos producir algún caso en el espíritu para que pueda claramente descubrirla en raciones que sean manifiestas para nuestra conciencia y/o sensación de sus operaciones. Si rechazamos ésto, reconocemos que la idea es imposible e imaginaria, puesto que el principio de las ideas innatas sólo nos puede sacar de éste dilema, y ha sido ya refutado universalmente en el mundo de las gentes cultas. Nuestro objetivo presente, pues, debe ser encontrar alguna producción natural, en la que la operación y eficacia de una causa pueda ser claramente concebida y comprendida por el espíritu, sin ningún peligro de oscuridad o servicio al error. En esta investigación encontramos muy pocos animados, dada la prodigiosa diversidad de las opiniones que puedan explicar las fuerzas y energías secretas de las causas. Algunos mantienen que los cuerpos actúan por su forma sustancial como una antena receptora; otros, creen que por sus accidentes o cualidades; y muchos, por su materia y forma; algunos, por ciertas virtudes y facultades ciertas de todo ello. Todas estas opiniones se encuentran mezcladas y variadas de mil maneras distintas pero algunas conclusiones son sólo una fuerte sospecha de que ninguna de ellas es consistente, no tienen solidez o evidencia, cuando la suposición de una eficacia, en materia del Absoluto no debe ser un simple fundamento. Tal sospecha deberá parecernos que es una realidad, pero ninguna de las cualidades conocidas de estos principios las aumentaremos en sustanciales y facultades que no son, en realidad, propiedades conocidas, sinó que son perfectamente posibles aunque sean inexplicables en palabras; pues es evidente que no se puede recurrir jamás a los principios oscuros ininteligibles de los filósofos.. insisto, no hubieran encontrado  solución en los eventos inteligibles, especialmente en una cuestión como ésta que debe ser objeto del más elevado entendimiento, y que no es por los sentidos. En resumen, podemos concluir que lo que es posible en ningún caso puede mostrar el principio que reside en la fuerza e influencia de una causa, y que los entendimientos más refinados o más vulgares se hallan igualmente perplejos en ésta cuestión. Si alguien piensa poder rechazar esta afirmación, no necesita molestarse en inventar largos razonamientos, sinó que muestre un caso de una causa en que descubramos el poder o el principio de la acción. Nos veremos obligados a usar con frecuencia este desafío, puesto que es casi el único modo de probar la negación de la filosofía. El escaso éxito que ha sido logrado en todos los intentos por determinar éste poder, ha obligado, (por último), a concluir que la última fuerza y eficacia de la naturaleza espiritual es perfectamente desconocida y que es inútil buscarla entre las cualidades conocidas de la materia. En esta opinión casi todos son unánimes y sólo en la influencia que realiza partiendo de ella se descubre alguna diferencia en sus opiniones, pues algunos de ellos, han establecido como principio precisamente a la esencia de la materia y han inferido perfectamente en la que no se halla dotada de ninguna eficacia, así es imposible comunicarse o que produzca alguno de los efectos etéreos. Como la esencia de la materia, que no produce por sí misma los movimientos que le atribuimos a la extensión. La extensión no implica ningún movimiento actual, ni movilidad, pero se concluye que la energía es un movimiento que no puede residir en la extensión. Esta conclusión nos lleva a otra consideración inevitable. La materia, dicen, es en sí misma inactiva y se halla privada de todo poder por el cual pueda producir o continuar un movimiento, Pero estos efectos son evidentes para nuestros sentidos, y considerar qué los produce debe residir en alguna parte, debe hallarse en la Divinidad en ese Ser de Excelencia y Perfección. Es la Divinidad, por consiguiente, el primer motor del universo del que no sólo ha creado la materia, y le ha dado su impulso original, sinó que, por un ejercicio continuo de su omnipotencia, también mantiene su existencia y, sucesivamente, le concede todos los movimientos, configuraciones y cualidades de que está dotada. Esta opinión es, (por cierto), muy curiosa para algunas personas y es digna de nuestra atención máxima, para examinarla en éste lugar si reflexionamos sobre nuestro propósito presente al tenerla en cuenta. Hemos establecido como principio que como todas las espirituales se derivan de impresiones o de algunas percepciones precedentes, es imposible que podamos tener una idea del poder y eficacia, al menos que se puedan producir algunos casos en que éste poder se perciba en pleno ejercicio. Ahora bien, como estos casos no pueden ser descubiertos en el cuerpo, en el principio de las ideas innatas del Espíritu Supremo o divinidad,  consideramos que es el único ser activo en el universo y la causa inmediata de toda alteración-actuación en la materia.  Nos puede servir de ayuda para explicar la idea de la influencia que buscamos en nuestros sentidos, y de los que somos conscientes en nuestro espíritu. Toda inspiración deriva de una impresión, la divinidad utiliza esta impresión, sensación o reflexión por alguna fuerza o eficacia, es imposible descubrir, (o aún imaginar), ese principio activo en la divinidad. Como ciertos filósofos, que se han atrevido a concluir que esta opinión es absurda. Les diré cómo pueden evitarla, (es decir), concluyendo que todo principio del poder o eficacia no puede venir de ningún objeto, puesto que el espíritu es esencia pura, energía, eter-na con poder derivado y si admiten que ésta energía no reside en alguna de las cualidades conocidas de la materia, la dificultad permanece referente en el origen de sus ideas. Si tenemos realmente una impresión del poder, podemos atribuir poder a una energía desconocida. Pero como es imposible que la cualidad pueda derivarse de ésta idea, y tal la cualidad seguirá siendo desconocida para ellos, y como no existe nada igual, las calidades conocidas pueden producir los efectos de engañarnos cuando imaginamos que somos naturaleza en la forma que comúnmente entendemos por naturaleza. Todas las ideas se derivan de una idea original que representan a las impresiones. Por consiguiente, la idea del poder se ha afirmado en que sentimos esa energía o poder en nuestro propio espíritu y que, por haber adquirido, también transferimos, cuando somos capaces de descubrirla. Los movimientos de nuestro cuerpo, los pensamientos y sentimientos de nuestro espíritu, obedecen a la Voluntad y no necesitamos ir más allá para adquirir una noción analítica de la fuerza o poder. Tan sólo darnos cuenta de que la Voluntad, aquí considerada es como una causa, y que posee una conexión manifiesta con sus efectos que la que una causa material tiene con su propio efecto. Unos están lejos de percibir la unión entre un acto de volición y un movimiento del cuerpo, y han llegado a admitir comúnmente que no existe ningún efecto más inexplicable que éste, partiendo de los poderes y esencia del pensamiento y la materia. El efecto es allí distinguible y separable de la causa, y podemos preverlo sin la experiencia de su unión constante con el dominio sobre nuestro espíritu, aunque llega hasta un cierto límite; mas allá de él carecemos de influencia y, evidentemente, es posible fijar un límite preciso a nuestro dominio si no acudimos a la experiencia. 
Sería apropiado someter a otro examen ésta cuestión para ver si es posible descubrir la naturaleza y el origen de las ideas que ciegamente unimos a ellas. Ver las correspondencias, el lazo por medio del cual se unen, así seremos capaces de afirmar su conexión. Para entender, pues, la idea de poder, debemos considerar esta dificultad, que tanto nos ha confundido. He aquí cómo razono a éste respecto: La repetición de casos semejantes no puede por sí sola dar lugar a una idea original diferente de la que se trata en un caso particular, como los mismos objetos están siempre unidos por los átomos; se sigue de nuestro principio o fundamento: que todas las percepciones son copias de impresiones. 
Primero: Toda ampliación, (como la idea del poder o unión), surge de la concepción precedente al entendimiento. Cuando aquélla es oscura éste es incierto; y cuando falla una, la otra debe también fallar. Segundo: Es cierto que tal repetición de objetos semejantes en situaciones semejantes no produce nada nuevo en estos objetos ni en ningún cuerpo externo. Para ello debe admitirse que los casos que poseemos de la unión de causa y efectos semejantes son en sí mismos totalmente independientes, y que la comunicación del movimiento que vemos ahora pueda deberse a un choque. Éste choque no tiene influencia sobre otros. Están completamente separados por el tiempo y el espacio, y el uno puede haber existido y comunicado el movimiento, aunque el otro no haya existido jamás. No hay, pues, nada nuevo hallado o producido en los objetos ni por su unión constante ni por la semejanza de sus relaciones, no tienen influencia uno sobre el otro, y no pueden producir alguna nueva cualidad en el objeto que pueda ser el modelo de la idea, la observación de la semejanza produce, sin embargo, una nueva impresión que está en el espiritu y que es su modelo verdadero. Después de observar la semejanza en un número suficiente de casos, sentimos inmediatamente una tendencia del espíritu usual y concebirlo de un modo más enérgico a causa de ésta relación con su (digamos) campo magnético. Esta determinación es el único efecto de la semejanza, y debe ser el mismo que el poder o eficacia, cuya idea se deriva de la semejanza. Los mismos casos de conexiones semejantes nos llevan a la noción de poder y necesidad. Estos casos son en sí mismos totalmente distintos uno del otro, y no tienen más relación que la concedida por el espíritu que los observa y reúne en sus ideas. La necesidad, por tanto, es un efecto de ésta observación, y una impresión interna del espíritu o una determinación para conducir nuestros pensamientos de un sitio a otro. Si la consideramos de otra forma, no podremos conseguir nunca la más remota noción de ella o ser capaces de atribuirla a los objetos externos o internos, al espiritu, cuerpo, a las causas o a los efectos. En resumen, la necesidad es algo que existe en el espíritu y no en los objetos, y es imposible para nosotros formarnos ninguna idea sobre ella. 
Así como la necesidad que hace que dos veces dos sean cuatro o que tres ángulos de un triángulo sean iguales a dos rectos reside en el acto del entendimiento, mediante el cual consideramos y comparamos estas ideas, de igual manera la necesidad o el poder que une la causa y el efecto se halla en la determinación del espíritu. La diferencia o energía de las causas no reside en las causas mismas, ni en la divinidad ni en la coincidencia de estos dos principios, sinó que pertenece enteramente al alma, que considera la unión de dos o más objetos en todos los casos pasados. Tal es el origen del poder real de las causas, con su unión y necesidad que todas las paradojas dejan de estar expuestas. El Originador genera todo cuanto existe y sucede. Eso es lo que hemos relatado para quitar los antiguos prejuicios del género humano. Antes de considerar lo de las dos acciones,  debemos repetirnos si conocemos la simpleza relacionada, o puede que jamás nos den una idea de la influencia y unión entre ellos; que esta idea surge de su conexión; que la repetición no descubre causa-objeto, sinó que tan sólo tiene influencia sobre él por la transición habitual a que da lugar: no hay clones en el espíritu consiguiente, ésta transición habitual es lo mismo que él por y la necesidad de que son, (por tanto), cualidades de las situaciones, no de los objetos, y son internamente sentidas por el alma y no percibidas de una forma externa por los cuerpos. Corrientemente, el asombro va unido a todo lo extraordinario y ese asombro se transforma en la mayor estimación o desprecio, según que consintamos o neguemos la cuestión. Temo que, aunque el razonamiento precedente me parezca el más simple y contundente que pueda imaginarse, para la mayoría en general continúa existiendo el prejuicio y les conviene prevenir en contra de nuestra idea presente. Esta prevención se explica fácilmente. Es una observación corriente que el espíritu tiende a extenderse sobre los objetos externos y adjuntarles las impresiones internas que producen y aparecen, al mismo tiempo que estos objetos se hacen presentes a los sentidos. Por ejemplo, como hallamos que ciertos sonidos y olores acompañan siempre a ciertos objetos visibles, imaginamos una unión, incluso con relación al lugar, entre estos objetos y aquellas cualidades, aunque las cualidades sean de una naturaleza tal que no admitan ninguna unión y no existan en realidad en ninguna parte.. Es suficiente observar que la misma inclinación es causa de por qué creemos que la necesidad y el poder residen en los objetos que consideramos y no en nuestro espíritu que los considera, aunque no nos es posible formar la más 
remota idea de ésta cualidad, cuando no es concebida como una determinación del espíritu pasa de la idea de un objeto a la de su acompañante usual. Pero aunque ésta es una explicación razonable que podemos dar de la necesidad, la noción contraria está arraigada de tal forma en el espíritu por los principios anteriormente mencionados, y no dudo que muchos considerarán mis opiniones como extravagantes. ¿Acaso la influencia de las causas reside en la determinación del espíritu? ¡Como si las causas no actuasen independientemente del espíritu y no continuasen con su acción, aunque no existiera ningún espíritu para contemplarlas o razonar acerca de ellas!. El pensamiento puede muy bien depender de las causas por su actuación, pero no las causas del pensamiento. Eso sería invertir el orden de la naturaleza y hacer secundario lo que es realmente primario. Para cada actuación existe un poder adecuado, y éste poder debe residir en el cuerpo que actúa. Si suprimimos el poder a una causa, debemos atribuírselo a otra causa ya que quitárselo a todas no está relacionado con la causa si no es por el hecho de percibirla, es un gran contrario a los principios de la razón humana.
A tales argumentos sólo puedo responder diciendo que éste tema se parece mucho al de un hombre ciego que pretende encontrar un gran absurdo en la suposición de que el color escarlata no es lo mismo que el sonido de una trompeta, ni la luz es lo mismo que la solidez. Si realmente no tenemos ninguna idea del poder o eficacia de un objeto, o de la unión real entre causas y efectos, carecerá de valor entrar en que la eficacia es necesaria en todas las demostraciones actuando en consonancia con ideas que son totalmente distintas entre sí. Estoy  dispuesto a conceder que existen varias cualidades distintas. Pero no podremos comprender lo que queremos decir sólo con suponer.. hablamos de éste modo, sinó nos confundiremos lo mismo en los objetos materiales que en los inmateriales. Ahora bien, cuando nos referirnos a las cualidades desconocidas, hacemos que los términos de poder y eficacia signifiquen algo de lo que tenemos una idea clara, y que es incompatible con los objetos a que los aplicamos, y entonces el error aparece y empezamos a perdernos por una falsa filosofía. Tal es el caso cuando transferimos la determinación del pensamiento a objetos externos y suponemos una conexión real e inteligible entre ellos, "conexión", que no es otra cosa que una cualidad, sólo perteneciente al espíritu que lo considera. Por lo que se refiere a que la actividad de la naturaleza es independiente de nuestro pensamiento y razonamiento, lo doy por válido. Pues los objetos guardan entre sí relaciones de sucesión; y los objetos análogos tienen relaciones análogas, y todo ésto es independiente y precede a las actividades del entendimiento. Pero si avanzamos más y atribuimos un poder o una unión necesaria a tales objetos, ésto no podremos jamás observarlo en ellos mismos, sinó que debemos extraer su idea de aquello que sentimos interiormente al contemplarlos. Cuando se nos presenta un objeto, inmediatamente despierta en nuestro espíritu la idea vivaz del objeto que lo acompaña en la unión necesaria de estos dos objetos. Ahora bien, lo acompaña comúnmente, y esta determinación que el espíritu forma, si cambiamnos las percepciones, en éste punto de vista, pasando de los objetos al caso de la impresión que debe considerarse necesaria en la nueva determinación que sentimos como la causa usual y la idea vivaz como el efecto elegible como el de la idea del uno a la del otro. El principio entre nuestras percepciones internas es tangible - como el de los objetos externos, y no lo conocemos por la experiencia. Ahora bien, la naturaleza de la experiencia ya ha sido examinada; pero nunca nos permite la visión de la estructura interna del principio activo de los objetos. No estamos hablando de reencarnación ni de transferencias de multiplicidad. Este es el momento de agrupar las partes de éste razonamiento y mediante ello, dar una definición exacta de la relación de causa y efecto, que es el objeto de la presente investigación. Si tal orden hubiera podido ser variado, a saber: examinando primero nuestra inferencia a partir de la relación, antes de que hubiéramos explicado la relación misma, habríamos podido proceder según otro criterio; pero como la naturaleza de la relación depende de la inferencia, nos vemos obligados a avanzar según este modo aparentemente abstracto, y hacer uso de ciertos términos antes de haberlos definido exactamente o fijado su sentido. Sin embargo, debemos corregir ésta falta y dar una definición exacta de causa y efecto. Pueden darse dos definiciones de ésta relación, que sólo se diferencian en cuanto presentan una visión diferente del mismo objeto y nos hacen considerarlo como una relación Teosófica o natural; o como una comparación de dos ideas o una asociación entre ellas. Podemos definir una causa como un objeto precedente y contiguo a otro, y como aguello en que los objetos semejantes al primero de los objetos que se asemejan al último. Si esta se halla en iguales relaciones de precedencia se considera defectuosa, porque está tomada de objetos extraños a la causa, y podemos sustituirla por ésta razón: por usar un objeto precedente y contiguo a otro, y tan unido a él que la idea del uno determina al espiritu a formar la idea del otro, y la impresión del uno a formar una idea más enérgica del otro. Si esta definición es rechazada por la misma razón, no veo otra solución sinó en la persona más exacta. Cuando se examina con la mayor exactitud los objetos que se llaman corrientemente causas y efectos, se considera un caso único, de que un objeto es precedente y contiguo al otro, (como hemos dicho antes), y ampliando la visión se descubre solamente que los objetos análogos se hallan relacionados según relaciones análogas de sucesión y continuidad. Ahora bien, cuando la influencia de ésta unión es constante, se percibe una relación semejante, pero no puede jamás ser objeto de un razonamiento, y no puede actuar sobre el espíritu sinó por medio del hábito, que determina la imaginación al realizar una transición de la idea usual de su acompañante usual y de la impresión de uno a una idea más enérgica del otro. 

NOTA:
Es preciso ampliar el concepto metafísico que tenemos y precisar el hallazgo de naturaleza psicológica: a saber, el hallazgo de que la mente humana (en cuyo término incluimos el pensamiento consciente, la imaginación, los sueños, la intuición, la memoria, etc.) sólo puede operar sobre la base de impresiones previamente recibidas por dicha mente, ya sea en su totalidad o en una parte de sus elementos constituyentes: o sea, no puede visualizar o concebir algo que esté por completo fuera de la esfera de impresiones captadas previamente. De ahí que cuando llegamos a una imagen mental o idea aparentemente «nueva», vemos al examinarla más a fondo, que aun siendo nueva como entidad compuesta, no lo es respecto de sus elementos componentes, porque esos proceden siempre de experiencias mentales anteriores y/a veces completamente dispares y que aparecen ahora reunidas en una combinación nueva o en una serie de nuevas combinaciones.

PD.Shaykh Ahmad Salah As Sufi. 

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