miércoles, 9 de febrero de 2022

LA MORADA DEL SOFÁ.

Durante varios siglos de pensamiento racionalista de Occidente, éste ha ido reduciendo tanto el polo objetivo como el subjetivo del conocimiento en un solo nivel. De la misma manera, Descartes se basó en reducir el sujeto cognoscente a un solo modo de conciencia, el mundo externo que percibe este "yo" cognoscente se reduce a un complejo espacio-temporal limitado a un solo nivel de realidad, por mucho que sea éste complejo, se extiende más allá de las galaxias y de los eones del tiempo, pasado y futuro. Como se mencionaba en el sofá, la visión tradicional, tal y como se expresa en las enseñanzas metafísicas de las tradiciones orientales y occidentales, se basan, por el contrario, en una visión jerárquica de la realidad, no solo en el aspecto objetivo de la realidad, sinó también del subjetivo. No solamente hay muchos niveles de realidad o existencia que se extienden desde el plano material hasta la Realidad Absoluta e Infinita que es Allah, sinó que también hay muchos niveles de realidad subjetiva o conciencia, muchas envolturas del yo, que conducen al Yo Último, que es Infinito y Eterno y que no es otro que la Realidad Trascendente e Inmanente tanto del más allá como del interior. Además, la relación entre lo subjetivo y lo objetivo no está ligada a un solo modo.. no hay solamente una forma de percepción o conciencia. Hay modos y grados de conciencia que van desde la llamada percepción "normal" que tiene el hombre tanto de su propio ego del mundo exterior, como hasta la conciencia de la individualidad última, en la que el sujeto y el objeto del conocimiento se unifican en una sola realidad más allá de toda separación y distinción.

La autoconciencia, desde el punto de vista de la metafísica tradicional, no es simplemente un hecho biológico de la vida común a todos los seres humanos. Hay más de un nivel de significados para uno mismo y más de un grado de conciencia. El hombre es consciente de su yo o ego, pero también se habla del dominio propio, y por tanto, eso implica incluso en la vida cotidiana, la presencia de otro yo que controla al yo inferior, tal y como afirman tantas autoridades. La tradición, por lo tanto, habla claramente de la distinción entre el yo y el Yo, o el yo y el Espíritu, que es el primer reflejo del Yo Último; de ahí la distinción principal entre anima y espíritu o al-nafs y al-ruh del pensamiento islámico y el énfasis en el hecho de que dentro de cada hombre hay tanto un hombre externo como uno interno, un yo inferior y uno superior. Es por eso que también la tradición habla del yo como siendo totalmente distinto del Yo Último; sin embargo, como un reflejo de él y como la puerta a través de la cual el hombre debe pasar para alcanzar el Yo. De hecho, la metafísica tradicional es principalmente una autológica, porque conocer es, en última instancia y conocer el Sí mismo. El hadiz, "El que se conoce a sí mismo, conoce a su Señor", atestigua en el más alto nivel esta verdad básica.

Hay, además, muchas etapas que separan el yo y el Sí mismo. En su descenso hacia la manifestación, el Ser se envuelve en muchas envolturas, que deben ser despojadas para regresar al Uno. Por eso, algunas tradiciones hablan de los diversos cuerpos sutiles del hombre, y algunos sufíes como 'al-Dawlah analizan la "fisiología" del hombre interior u hombre de luz en términos del lataif o cuerpos sutiles que el hombre "lleva" dentro de sí y que debe de "atravesar" y también dejar de lado para alcanzar el Sí mismo. Para alcanzar el Sí Mismo Último a través de la expansión del consciente del centro de la conciencia, el hombre debe revertir el proceso cosmogónico que ha idealizado tanto en las variaciones como en las reverberaciones del Ser íntimo de lo que aparece a través del velo cósmico (al-hijāb) como una existencia separada y objetiva. Y esta inversión debe necesariamente comenzar con la negación del yo inferior, con la realización del sacrificio, que es un eco aquí abajo del sacrificio primordial, el sacrificio que ha traído el cosmos a la existencia. La doctrina de la creación del cosmos, ya sea expuesta metafísica o míticamente en las diversas tradiciones, se basa en la manifestación del Principio, que es al mismo tiempo el sacrificio del polo luminoso de la existencia, del Hombre Universal (al-insan al kamil), del Logos Divino que también es luz, del Espíritu (al-ruh) que reside en la proximidad del Ser Último y en el centro del cosmos. El Ser Último en su infinitud interna está más allá de toda determinación y polarización cósmica, pero el Espíritu o Intelecto, que es a la vez creado y no creado, es ya su primera determinación en la dirección de la manifestación. Es el centro de todos los numerosos niveles de existencia cósmica y universal. A través de su 'sacrificio' se manifiestan los niveles inferiores del orden cósmico en sus aspectos tanto objetivo como subjetivo. El yo humano, tal y como lo experimentan normalmente los hombres que se han separado de su realidad arquetípica, es en sí mismo un eco débil en el plano cósmico del Espíritu y, en última instancia, del Yo, y existe sólo en virtud del sacrificio original de su Principio celestial. Por lo tanto, es a través de la negación de sí mismo o del sacrificio que el yo podrá volver a ser sí mismo y recuperar el empíreo luminoso del que ha descendido al reino corpóreo.
La autoconciencia sólo puede alcanzar el Yo Último si es ayudada por ese mensaje del Intelecto Divino, que no es otra cosa que la revelación en su sentido universal. Las puertas a través en que el Espíritu ha descendido al nivel del yo humano están sellados herméticamente y protegidos por aquellos que no pueden ser sometidos salvo con la ayuda de fuerzas angelicales. La autoconciencia en el sentido de experimentar con los límites de la psique, con nuevas experiencias, con las alturas y profundidades del mundo psicológico, no resulta de ninguna manera en acercarse a la proximidad del Yo. El intento de expansión de la conciencia en éste sentido, que es tan común en el hombre moderno, que está ansioso por romper los límites de la prisión del mundo que le rodea materialista y que ha creado para sí mismo, resulta sólo en una expansión horizontal, pero no vertical. Su resultado es un deambular interminable en el laberinto del mundo psíquico y no en el fin de todo deambular en presencia del faro, que es el único. Solo lo sagrado puede permitir que la conciencia del yo se expanda en la dirección del Yo. Lo Divino revela al hombre Su Sagrado Nombre como una vasija sagrada que lleva al hombre desde el mundo limitado de sí mismo a las orillas del Mundo del Espíritu donde solo el hombre es su Yo Real. Es por eso que el famoso sufí, al-Hallaj, a través del cual el Sí mismo pronunció "Yo soy la Verdad", (ana'l-Haqq) reza en éste famoso verso al Sí mismo para quitar el velo que separa el yo ilusorio del hombre del yo propio inferior. Yo que solo soy yo en el sentido absoluto.. entre tú y yo, es la "yoidad" lo que está en disputa:
"Elimina mi "yoidad" de entre nosotros a
través de Tu "es" de existencia". 

Con la ayuda del mensaje y también de la flama que emana del Yo, el yo inferior o alma es capaz de contraer nupcias con el Espíritu en un matrimonio alquímico entre el oro y la plata.

El alma que inspira el mal.
Siguiendo con la terminología del Corán, debe ser transfigurada a través de la muerte y la purgación. Debe ser controlado por el yo superior. Con la ayuda del Espíritu, el nafs al ammārah se transforma en el nafs al-lawwāmah (el alma que culpa), adquiriendo una mayor conciencia de su propia naturaleza; la conciencia que se hace posible a través de la transmutación de su sustancia. En la etapa posterior de la transmutación alquímica interna, el nafs al-lawwamah se transforma en el nafs al-mutma'innah (el alma en paz), alcanzando un estado en el que puede obtener el conocimiento de la certeza y descansar en paz porque ha descubierto su propio centro, que es el Ser. Finalmente según algunos sufíes, el nafs almutma'innah se transmuta en el nafs al-rādiyah (el alma satisfecha), que ha alcanzado tal perfección y que ahora se ha hecho digna de ser la novia perfecta del Espíritu, volviendo así a su Señor.. como afirma el Corán, y finalmente realizando el Ser a través de su propia aniquilación (fana') y subsiguiente subsistencia (baqa') en Allah.

La ciencia tradicional del alma, junto con los métodos para la realización del Yo, es la ciencia que se encuentra en toda la tradición integral, como el medio por el cual la autoconciencia se expande para alcanzar el empíreo del Yo Último. Esta ciencia tradicional es el resultado tanto de la penetración intelectual como de la experimentación y la experiencia del yo por parte de aquellos que han podido navegar por sus vastas extensiones con la ayuda de un guía espiritual. Es una ciencia que no está limitada por los fenómenos o accidentes que aparecen en la psique o que muestra el yo de los seres humanos ordinarios. Más bien, está determinado por el mundo nouménico, por la Sustancia a la que finalmente regresan todos los accidentes, porque esencialmente son lo mismo.

La cosmología tradicional también es vista, desde el punto de vista práctico de la perfección del alma y del viaje del yo al Yo, como una forma de la ciencia sagrada del alma, como una forma de autológica. El cosmos puede ser estudiado como una realidad externa cuyas leyes son examinadas por diversas ciencias cosmológicas. Pero también puede estudiarse con el objetivo de aumentar la autoconciencia y como ayuda en el viaje hacia el Ser Supremo. De ésta manera, el cosmos se convierte no en un objeto externo sinó en una cúpula por la que transita el buscador de la Verdad y que se interioriza en el ser del viajero en la medida en que "viajando" a través de él es capaz de aumentar su autoconciencia y alcanzar niveles superiores de conciencia. Citamos a Rumi:

Las estrellas del cielo son siempre rellenadas por las almas estelares de los puros.

La capa exterior del cielo, puede controlarnos; pero nuestra esencia interior gobierna el cielo.

En la forma sois microcosmos, aunque en realidad también macrocosmos: "Aunque parece que la rama es el origen del fruto, en verdad la rama existe sólo para el fruto".

Si no había esperanza, ni deseo de éste fruto, ¿por qué el jardinero habrá plantado el árbol?

Así nació el árbol del fruto, aunque parezca al revés.

Así Muḥammad dijo: "Adán y los otros profetas siguen bajo mi estandarte".

Así, el maestro del conocimiento ha declarado en alegoría: "Nosotros somos los últimos y los primeros".

Porque si parezco nacido de Adán, de hecho soy el antepasado de todos los antepasados. Adán nació de mí y ganó el Séptimo Cielo por mi cuenta. 

Assalamo aleikum.