miércoles, 9 de agosto de 2017

GRADUALMENTE

Abû Tâlib al-Makkí dijo: “El ‘âlim descifra la frase, el hakîm descifra la alusión, el wali descifra el símbolo, y aún después de todo ello hay sutilezas gnósticas que sólo son para los señores entre los maestros”.

Seguir las instrucciones de un maestro; todo ello son preámbulos necesarios que sitúan adecuadamente la marcha hacia lo infinito evitando desviaciones, distorsiones y fantasías. La Ley es el dâbit, el elemento regulador, el criterio corrector, al que acudir cuando la duda o la sospecha asaltan al peregrino hacia Allah.

El Imâm al-Yìlânî describe siete estaciones en las que se desata ese saber del interior, resultado de la penetración en la realidad de las cosas.

Primero, está la adopción de la cortesía ante Allah, siguiendo el ejemplo del Profeta (s.a.w.s) durante su Ascensión Nocturna. Son las cortesías (ádab) propias de los Ahl at-Tamkîn, la Gente Afianzada. Efectivamente, el Tamkîn, el Afianzamiento, es el rango de los que han superado el titubeo y desconcierto de la emotividad desatada y concentran todo su ser en la contemplación calmada del Uno-Único. Estos recuperan la compostura, y en medio de ese sosiego destellan luces de sabiduría profunda.

En segundo lugar, está la incapacidad para percibir (al-‘ayç ‘ani l-idrâk), es decir, cuando se llega a un grado en que lo infinito es tal ante el contemplador que éste descubre la imposibilidad de asimilar lo que tiene ante sí. Está realmente ante Allah, y entonces se activa su himma (su aspiración), que será lo que lo alce por ese universo, asentándolo definitivamente en el Tamkîn, acogiendo entonces luces que se derraman en su corazón sobre la Senda del Libro y de la Sunna. Este ‘ârif(sabedor) vale como maestro, y hay que seguir su senda y guiarse por su realidad.

Una tercera estación es la de quienes han dejado atrás definitivamente el mundo (duniâ) como acto de liberación. Son los libres ante los que se han abierto las puertas de la meditación y pasan a comprender los secretos. Su emancipación les muestra lo que hay en el seno de las cosas, y sus espíritus reciben los saludos de Allah.

En cuarto lugar, el vacío de espíritu, que se conquista con la práctica del ayuno y el hambre. La debilidad del cuerpo intensifica la presencia del espíritu, y las luces del Sámad (Allah Inexpugnable y Autosuficiente) se apoderan del aspirante en su ayuno: la Palabra de Allah se convierte en su alimento, y la Sunna del Profeta se trasforma en su bebida, y entonces su corazón se desborda bajo la forma de una sabiduría genuina.

En quinto lugar, si durante los recogimientos y los coloquios con Allah (munâyât) se logra que el espíritu abandone el cuerpo, se alcanza una estación de paz y una dulzura de corazón que son absoluta pureza y trasparencia. Ahí, se aspira el aroma de la Cercanía en la Presencia de la Comunicación. En ésta estación, el ‘ârif acaba convirtiendo todos sus instantes en una comunión con Allah: sus alientos, sus palabras, sus miradas, todo ello se hace contemplación y presencia.

Una sexta estación es conocida bajo el nombre de subordinación a la Unidad (al-wuqûf ma‘a t-Tawhîd). Es cuando el peregrino alcanza un momento en el que su visión deja de ver lo que no sea Allah. El universo entero se diluye y sólo contempla el movimiento de las Cualidades de Allah sobre Su Unidad Esencial. Este es el grado de la Plenitud de los Nombres de Allah. Y es aquí donde descubre también la Realidad Muhammadiana, pues el Profeta se le aparece como concreción de las realidades trascendentes, pues Muhammad (s.a.w.s.) es, en su esencia, el Hombre Perfecto a cuya luz todos los sabios comprenden los misterios.

La séptima estación es la de los que hacen de la Sûrat al-Ijlâs (el capítulo ciento doce del Corán) el centro de todas sus meditaciones, puesto que esa Sûra proclama la Unidad de Allah y la abolición de la independencia de todas las cosas, quedando la realidad unificada bajo la Verdad Trascendente del Uno-Único. Esa Sûra abre las puertas de las Tayalliyât, y muestra el secreto guardado en el Destino.
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Recordemos que el Sufi define a los
musulmanes en tres categorías: el común, que son todos aquellos que cumplen sinceramente con el Islam; la élite (jâssa) que son aquellos que, además, han emprendido una vía de trasformación espiritual, y la élite de la élite (jâssa al-jâssa) que son aquellos que la han consumado.

 Hadiz es prácticamente sinónimo de ilhâm, y por eso lo mencionamos como un apartado dedicado a la inspiración. La única diferencia posible es, según algunos autores, que el hadîz consiste en “un discurso de la Verdad sobre el mundo de los secretos y las realidades ausentes a los sentidos, trasmitido por el Espíritu Fiel (Gabriel) hasta el corazón del ‘ârif”. En éste sentido, Allah se dirige a los profetas con su Kalâm (la Palabra) que implica revelación y tiene valor literal, mientras que a los ‘ârifîn los guía con el hadîz, es decir, les inspira o insinúa un saber; pero no es una dilación arbitraria o subjetiva, sino que es el resultado de una inmersión en lo más profundo. Por ello, el Tâwîl del Corán, (la interpretación ‘espiritual’), sólo debe ser hecha por quien ha conquistado tal grado, pues de lo contrario es una pretensión y una vanidad que no debe ser atendida. De ahí, el que los maestros hayan prohibido expresamente a sus discípulos interpretar espiritualmente por sí mismos el Corán. Al contrario, deben atenerse a su significación literal: “Sé sincero y no interpretes, pues el intérprete es un traidor”. En resumen, el Tâwîl es un don precioso, y serio, donde sólo el rigor lo convierte en sabiduría.
Después está el Shuhûd, (la contemplación). El Corán dice: “Allah da testimonio de que no hay más verdad que Él, y (lo mismo hacen) los ángeles y los dotados de ciencia”. Éste versículo es de gran importancia: dar fe de algo, testimoniar, (shahada), sólo puede hacerse legítimamente si se es testigo directo de un hecho. De ahí que shahada  signifique también ver, contemplar. Sólo Allah se ve a Sí Mismo, pero también los ángeles (porque carecen de ego), y los dotados de ciencia (que han matado su ego). El ego (nafs) es el escollo que impide a los hombres ver a Allah. Superado el escollo, Allah se vuelve visible. Pero el que ha suprimido a su ego, no ve a Allah con sus ojos (pues han dejado de existir, abatidos también en la muerte de su banalidad): se dice entonces que el ‘ârif ve a Allah billâh, con Allah, por los Ojos de Allah. A éstos se les llama Shuyûd, contemplativos. En éste grado, el Tawhîd, (la Unidad), tiene su consumación.
Allah se muestra al ‘ârif exponiendo ante él Su Belleza (Ŷamâl), o bien Su Majestad (Ŷalâl). Si Allah le enseña Su Belleza, se produce en el hombre un estado de distensión que lo invita a la familiaridad con su Señor. Pero si los reflejos le muestran la Majestad, el corazón queda sobrecogido. Lo normal es la sucesión de estos estados, como puede verse en la biografía del Profeta, oriente de todos los ‘ârifîn.

El temor (jawf) tiene un valor especial, pues mantiene al ‘ârif en una constante guardia, sobre todo si su destino es el de acabar siendo maestro para la gente. Por otro lado, es la cortesía que merece la Inmensidad. Crecer en sabiduría es crecer en la percepción de lo infinito, que va reduciendo el hombre a la nada, y esto le sobrecoge, tal como dijo Sidnâ Muhammad (s.a.w.s.): “Soy, entre vosotros, el que mejor conoce a Allah, y yo soy el que más le teme”. Ese temor -signo de conocimiento auténtico- tiene que tener sus manifestaciones físicas, y así los Compañeros del Profeta llegaban a escuchar el latido de su corazón cuando realizaba el Salât y se recogía profundamente en Allah.
El Imâm al-Ŷîlânî lo explicó diciendo: “Era por la Majestad que el Profeta veía en ese estado, pues se le mostraba lo descomunal de la Inmensidad Infinita”.
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La Majestad siempre precede a la Belleza, de modo que los corazones de los ‘ârifîn se sumergen en un estado de íntima contracción.

 La auténtica felicidad, verdadera y fundamental, reside en el interior y llena el corazón de paz y satisfacción.

Cuatro son las fuerzas que se necesitan para moderar los límites de lo razonable y no pretender ascender por alguna entrada trasera; pues no hay mayor seguridad de prosperidad que en Allah SWT, que nos provee de la dicha creacional del universo, para que el Amor inspire y supere los escrúpulos del mundo, del miedo y los obstáculos que disminuirán en sacra proporción.
-La razón estética nos permite recibir la belleza por la contemplación y la fruición.
-La razón intelectiva de la verdad en la certeza del análisis y síntesis.
-La razón volitiva mediante los ejercicios espirituales con voluntad firme, perseverar y constancia en cada paso.
-La razón afectiva para percibir lo sensible de lo más Elevado, sin que los sentidos humanos influyan y la ecuanimidad no sea distraerse sobre los sentimientos. Superada esa dependencia de afectividad, negativa o positiva, el Amor ennoblece las cualidades específicas y sublimes, abriendo la Senda de la intensidad perfecta.. NUNCA pararse..seguir adelante a la próxima estación y así sucesivamente.
El estudio intenso debe ser ordenado, y lejos de debilitar, es una gimnasia para fortalecer.
Si trazas un punto tendrás una concentración de un instante..
Si trazas una línea recta conseguirás una concentración de varios segundos..
Trazaré entonces un círculo, para prolongar la continuidad y que sea más dulce para el corazón la concentración. 
Quita las tensiones soltando bien los músculos de la frente (sin fruncido ni arrugas); los de la vista..ojos tranquilos y contemplativos.. los de la boca, sin apretar y mandíbula suelta.. las manos y pies tranquilos.. la cintura y diafragma flojos.. respiración natural suave, profunda y rítmica al Nombre que recordamos.. leve movimiento de cabeza hacía los lados.. [Al- a la derecha.||. llah- a la izquierda].
(Recitando el Corán es mejor un movimiento de delante a atrás levemente). 
Sentados en la posición del sastre.. (si estamos sólos) poner el círculo, cuadrado con el Nombre de Allah SWT a un metro de distancia de nuestros ojos.. y comenzar el Dhikr para la contemplación.
Es un gozo para los seres espirituales, recibir las luces sobrenaturales de las consolaciones divinas, que aportan para todo el universo gran felicidad.