viernes, 3 de noviembre de 2017

BUSCANDO UN SHAYKH III

LAS FUNCIONES DEL SHAYKH

Un shaykh acepta a un discípulo sólo por amor a Allah (lillâh), y nunca por amor a sí mismo. Cuando un maestro no tiene más propósito que servir de utilidad a sus discípulos, estos aprovechan sus enseñanzas. Si se trata de un farsante que busca prestigio o riquezas, entonces sus palabras son cáscara y no llegan a trasformar corazones.

 El maestro comienza con su discípulo dándole buenos consejos, sencillos y con suavidad. No le impone nada por encima de sus fuerzas. Emplea el rifq,  (la amabilidad), porque la amabilidad permite la confianza y la intimidad. Cuando se apercibe en esa intimidad que el discípulo tiene aptitudes y aspiración poderosa, le ordena cargar con tareas más penosas. Le obliga a dejar de depender de su naturaleza, le retira las licencias del Islam y le impone el ‘açm, la resolución y la decisión firme. Si no es así, si el discípulo es de carácter débil, va más despacio en las exigencias; y si en él no hay aptitudes, ni tan siquiera para eso, no lo priva de su bendición.

El shaykh debe estar vigilante e indagar en el corazón de su discípulo, estando alerta contra las señales de las enfermedades del ánimo. Para ello debe ser experto en la conducción de los corazones. Si el aspirante está demasiado atado al mundo, lo libera exigiéndole anonimato; si está demasiado satisfecho de sí mismo, lo reduce con hambre y haciéndole velar por las noches; si tiene en demasiada consideración la opinión de la gente, lo priva de compañía y lo sumerge en la soledad, el retiro y el silencio; si es de carácter rudo, se lo suaviza obligándole al estudio y a la cortesía.

Cuando el maestro ve que su discípulo mejora y supera las trabas secretas de su ego, es sincero en su combate y tiene firme voluntad de alzarse por encima de todas las cosas, entonces ya no le perdona nada, se vuelve intolerante y le exige los ejercicios más desafiantes para acceder a los rangos espirituales  elevados (maqâmât). Se considera que el Shaykh que no es severo en ese grado está traicionando a su discípulo.

El shaykh debe también cuidar de su discípulo interiormente. Un maestro verdadero es un ser especial, tal como hemos visto al principio de este apartado, y vela por su discípulo a un nivel que éste todavía desconoce, pues el corazón del maestro habita en un mundo sobrenatural y secreto para la inmensa mayoría de los hombres. El Shaykh al-Yîlâni dijo: “Yo guardo a mi discípulo. Si le ocurre un mal estando en occidente mientras estoy en oriente, lo protejo. Si mi discípulo no es excelente, yo sí soy excelente”.

LA CONDUCTA DEL DISCIPULO.

En primer lugar, el aspirante que se dirija a un maestro con la intención de que pula su corazón, corrija su universo interior y lo asome a Allah, debe tener la certeza de que la persona en cuyas manos va a ponerse es la más idónea y presentarse ante ella con esa seguridad. Para ese discípulo no puede haber nadie mejor como guía que el maestro que ha elegido. A esto se le denomina sinceridad (sidq). Sin sinceridad, el discípulo no aprovecha lo que su shaykh puede darle.

Esto no quiere decir que deba creer que su maestro es infalible (ma‘sûm), pero sí que el bien que puede sacar de él sólo puede ser fruto de una buena manera de acompañarlo, basado en una exquisita y sincera cortesía basada en la seguridad que hemos mencionado.

El discípulo debe obediencia (tâ‘a) a su maestro, cumpliendo externamente lo que le pida, sin resistencias ni reparos de ningún tipo y no oponiéndose a ello en su corazón. Si se trata de algo que no entiende, debe relegar su opinión. Al-Yîlâni decía: “Contrariar a los shuyûj es un veneno mortal”. Ibn ‘Arabi decía que si un maestro te ordena entrar por el ojo de una aguja, debes intentarlo pensando que es posible.

Es muy importante la cortesía (adab) en la presencia del maestro. El discípulo no debe hablar ante él innecesariamente, ni interrumpir sus palabras para expresar su propia opinión, y aunque crea que se equivoca o se confunde, guardará silencio. Un sufí dijo: “Quien diga ‘no’ a su maestro, no triunfa”. Al-Yîlâni decía a un discípulo cuando lo aceptaba: “Cuando te presentes ante mí, pliega tu ciencia y deja de verte, y entra sin nada. Si vienes a mí con tu ciencia y contigo mismo, no verás nada de lo que te indique”.

Es imprescindible que el discípulo no oculte nada de sí a su maestro, aunque se trate de algo vergonzoso, dando así la oportunidad al maestro para que le hable, le guíe o invoque en su favor, pues tal vez su bendición lo trasforme.

El aspirante no debe dudar acerca de su maestro ni acusarlo de nada. Si cree que su maestro ha cometido un error o algo censurable, que piense que es él el que se equivoca debido a su propia ignorancia y falta de entendimiento. Si no puede abandonar la sospecha, que deje al maestro, tal como dijo al-Yîlâni: “Si acusas de algo a tu maestro, no lo acompañes; el enfermo, si duda del médico, no se cura”.

El discípulo siempre debe estar dispuesto a servir a su maestro y atento a cumplir sus deseos, apresurándose a satisfacerlos incluso antes de que los formule. A esto se le llama jidma, servicio. El discípulo no debe excusarse ni anteponer sus necesidades, pues para un verdadero aspirante no existe más que su shaykh.

El discípulo acompaña a un shaykh por amor a Allah (lillâh). El maestro es un medio y por ello el murîd cumple las condiciones, vaciando su corazón de todo lo que no le exige ese momento suyo. Cuando sigue a un maestro, la condición es la plena dedicación a él, hasta que llegue la separación. Someterse a un shaykh representa ‘abandonar del mundo’, centrándose el discípulo en él para olvidar el duniâ (el mundo efímero de las apariencias y las ilusiones), preparándose el aspirante para un vacío aún mayor en el que sólo tendrá a su Señor. Esto es lo que significa Irâda,  (la Voluntad, que es el progresivo desapego de lo mundanal para afrontar la Realidad del Uno-Único) de la que deriva la palabra murîd.

Por último, en su relación con el maestro, el discípulo tiene que armarse de una sólida paciencia (sabr) -Paciencia que le ayude a soportar la aspereza (jushûna) del maestro. La aspereza es con lo que el shaykh suaviza el carácter del discípulo y mata sus quimeras. Al-Yîlâni decía: “No huyáis de la aspereza de mis palabras. A mí me ha hecho crecer la aspereza”.

LA CORTESÍA ENTRE HERMANOS.

Al igual que hay cortesías (adab) que rigen la relación del discípulo y el maestro, las hay que deben practicarse entre los aspirantes (llamados ijwân, hermanos, cuando son discípulos de un mismo shaykh). Se considera que la atención a dichas cortesías y la insistencia en su observancia acaba por trasladarlas a la relación con todas las criaturas. Una Hermandad sufí, en torno a  un maestro, es un mundo en pequeño en el que el aspirante se educa para afrontar las esencias, siendo relanzado, por un lado, hacia el Creador, y, por otro, hacia la creación. Se ha dicho: “El Tasáwwuf, todo él, es adab”.

 Un primer grupo de cortesías es al que se denomina futuwwa (literalmente, significa jovialidad, entusiasmo). La futuwwa es el total de las virtudes que propician los sentimientos de hermandad y complicidad, a cuya cabeza están la solidaridad, el desprendimiento, el olvido de las afrentas, el servicio, el socorro mutuo, la indulgencia, etc.

Los maestros siempre han enseñando que entre ‘hermanos’ debe haber humildad y tolerancia, renuncia a los conflictos, cesión de derechos y ausencia de polémicas.

El discípulo debe ser ciego ante los defectos de sus hermanos, dejando su corrección al maestro, y se priva de hacer lo que les resulte detestable.

Entre aspirantes hay amor y atención. Si alguno nota desdén en otro, lo soporta, se vuelve hacia sí y espera a que desaparezca el desdén.

Entre hermanos hay renuncia a los propios derechos y no se hacen exigencias; es más, cada uno considera a los demás con derechos sobre sí y por ninguna ofensa desatiende sus obligaciones de hermandad.

La futuwwa fue el germen de grupos solidarios que jugaron un papel destacadísimo en la historia del Islam. En torno a las Hermandades en las que los lazos entre sus miembros eran sólidos se crearon vínculos que integraron a sociedades y tribus enteras. La solidaridad predicada por el sufismo permitía la cohesión entre los musulmanes, de un alcance extraordinario que se proyectó sobre el devenir del Islam.

Los maestros sufíes, a la vez que enseñaban las claves de la fraternidad, daban consejos a sus discípulos sobre las relaciones que debían mantener de distanciamiento de los ricos y poderosos y proximidad a los pobres y necesitados.

FINAL DE LA FUNCIÓN DEL MAESTRO.

Al-Yîlâni dijo: “Al cabo de dos años, el destete”. Si la compañía (suhba) de un maestro se realiza cumpliendo estrictamente sus condiciones, llega el momento en que el discípulo puede independizarse para continuar sólo adentrándose en la proximidad (qurb) a la que su maestro lo ha asomado.

Ese momento tiene señales, como la desaparición de sus pasiones, el olvido total del mundo, un anhelo vehemente por llegar hasta Allah. En las profundidades de ese aspirante puede haber un secreto  (sirr) al que no tenga acceso el maestro, o, a la inversa, el maestro tenga un ‘secreto’ que el discípulo no pueda descifrar. En estos casos, el aspirante se ha independizado de la necesidad de un maestro y todo su corazón pende ya de Allah en exclusiva, (y alcanzado ésto), ¿cómo podría estar en contacto con un shaykh?. Ha llegado el momento en que deba seguir su propio camino, en conformidad con lo que dicen los sufíes: “Los caminos hacia Allah son en el número de los alientos de todos los seres humanos”. Y Allah dice en el Corán: “Guiaré por mis Caminos a quienes luchan por Mí”.

Por respeto, esperará a que su maestro le indique que lo abandone (incluso puede llegar a prohibirle que vuelva a verlo), y a partir de entonces se sumirá en su propio mundo siguiendo el Camino que le dicta su Señor. Al-Yîlâni decía: “Allah bendiga al maestro, y al discípulo sincero que prescinde de su maestro porque ya no le basta más que Allah”.

Desde el principio del artículo hasta el final, hemos ido describiendo los aspectos formales de la vivencia sufí: su preparación en la Sharî‘a, el despertar de su resolución con la Tawba, su disciplina en el seguimiento de un Shaykh, su propia independencia para seguir libremente por el Camino de su Creador. En el seno de esos procesos se producen emociones  (ahwâl), se conquistan rangos  (maqâmât), se descubren esencias  (haqâiq) y se guardan secretos (asrâr), todo ello ya en la intimidad del corazón.