domingo, 6 de enero de 2019

EL CONCEPTO del DIN

El Islam es el Dîn de la humanidad, la senda espiritual de todos los seres humanos, la adecuada a todos porque es innata en cada hombre. Los implica a todos ellos e implica todo lo que son y los integra en su principio básico que es el Tawhîd, el Proceso hacia la Unidad. El término ‘espiritual’ es una simple concesión a la inteligibilidad, y tenemos que matizarlo, pues puede ser tan distorsionado y funesto como el de ‘religión’. Con ‘espiritual’ nos referimos a un sentir profundo y transformador en las raíces del ser. Este sentir en el Islam no excluye nada, no desintegra nada, no distingue entre cuerpo y alma, entre espíritu y materia, entre lo sagrado y lo profano. Muy al contrario, la ‘espiritualidad’ debemos entenderla, dentro del Islam, como reconciliación, como la vivencia de la Unidad y Unicidad que gobiernan la existencia entera. No es un rechazo a nada, sino la integración de todo; y es, (sobre todo), una poderosa aspiración, un anhelo que está en lo más profundo de cada hombre, y de ahí que digamos que el Islam es el ‘espíritu de la humanidad’. Si lo entendemos así [-si somos capaces de abarcar en nuestro entendimiento las implicaciones remotas de esa sensibilidad islámica-], podemos entonces seguir empleando el término. Pero si tenemos en mente su sentido cristiano y reduccionista, esa palabra es tan pobre y abominable como la de ‘religión’.
El Islam es recuperación y punto de partida, por ello recoge en sí todas las tradiciones anteriores, y el Corán lo subraya innumerables veces.
El Corán dice:
que Noé dijo: “Se me ha ordenado ser de los musulmanes” (Yûnus, 72).
Abraham e Ismael, según el Corán, dijeron: “¡Oh, Señor! Haznos ser musulmanes ante ti” (al-Báqara, 128).
Y Jacob, poco antes de morir, dijo a sus hijos: “Allah ha elegido vuestro Dîn: no muráis sino siendo musulmanes” 
(al-Báqara, 132).
Y Moisés dijo a su pueblo: “¡Confiad en Él, si realmente sois musulmanes!” (Yûnus, 84).
Y el Corán dice de la Torah (los primeros libros del Antiguo Testamento): “Los profetas -que eran musulmanes- juzgaron de acuerdo a ella” (al-Mâida, 44).
Y José invocó diciendo: “Hazme morir como musulmán y adhiéreme a los rectos” (Yûsuf, 101).
Los hechiceros que el Faraón había reunido para vencer a Moisés dijeron cuando se sintieron derrotados por el profeta: “¡Señor, danos paciencia y haznos morir como musulmanes!” (al-A‘râf, 126).
Y los apóstoles de Jesús (los hawâriyîn), según el Corán, dijeron al Mesías hijo de María: “Nos hemos abierto hacia Allah. ¡Sé testigo de que somos musulmanes!” (Al ‘Imrân, 52).
Y la reina de Saba dijo: “Me rindo como musulmana junto a Salomón ante Allah, el Señor de los Mundos” (an-Naml, 44).
El hombre justo dijo en el Corán: “Cuida de mi descendencia. Hacia Ti me vuelvo y soy de los musulmanes” (al-Ahqâf, 15).
A pesar de todo lo dicho, el Islam no se suma a ninguna moda ecuménica ni aboga por ningún tipo de sincretismo. El Islam tiene en sus raíces esas inmensidades en las que el musulmán tiene la oportunidad de resonar con todos los profetas de la humanidad, y no necesita elaborar ningún discurso hipócrita con el que ganar puntos en éste mundo de lenguajes políticamente correctos y espiritualidades jabonosas. El Islam siempre ha sido un espacio amplio, un lugar de encuentro fecundo entre gente profunda, y así seguirá siéndolo a pesar de todo, y lo será en la naturalidad de las esencias no en los montajes laberínticos que quiera imponernos nadie en aras de un ‘encuentro’ artificial e interesado entre culturas. La universalidad del Islam no es oportunismo sino una de sus dimensiones, consustancial con su percepción de la existencia como manifestación del Uno-Único.

CMA.