martes, 14 de septiembre de 2021

LA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO o GNOSEOLOGÍA.


Material de estudio. (Protegida).
Versión pública. 

Con la separación de lo psicológico de todo lo apriórico se puede escrutar la necesidad histórica de lo religioso. Su método es constructivo.. aunque no será factible sin la metafisica, y sólo se permitirá una metafisica -inductiva. La filosofia de la historia tiene que comprender también la actualidad y predeterminar el desarrollo futuro de la religión; que tiene que decidir si se dará una religión universal de la razón, surgida de forma sincrética a partir de las religiones universales actuales (o si en el futuro prevalecerá una sola de las religiones positivas (monoteístas).. como por ejemplo, el Islam. 

[De la Metafisica]:
Esta es una metafísica de las ideas en Allah basada en todas nuestras experiencias del mundo. También la teoría critica del conocimiento puede llegar a convertirse en una metafisica aplicada. Pues se va de un contexto teleológico de la conciencia (transcendental) a un sentido último de la existencia de Allah.

Los que han arrancado de la teología a la filosofia de la religión han vertebrado ésta sobre el problema de la conexión entre la historia de la religión y la sistemática de la propia religión. Entonces (ellos) intentaron una reelaboración y crítica racional del material de la filosofia y de la religión basándose en la conciencia general. El fracaso de ese intento los condujo a una ruptura con la teologia. La nueva filosofia de la religión pretende sostenerla gracias a una -fenomenologia provisional, esto es, una tipologia provisional de las religiones históricas. A esta descripción (ellos) la llaman la psicologia de la religión. El proceso cardinal es la creencia en que la presencia de Allah es susceptible de una vivencia fenomenológica, dejando en la periferia la mitologia, el ethos y la sociología de la religión. La psicopatología y la etnología muestran que eI fenómeno primordial de todas las religiones es la mística, que es la vivencia de la unidad de Allah. Dondequiera que la religión se realiza en el alma, se hacen necesarias bases aprióricas que luego se caracterizarán en los procesos psíquicos particulares como religiosos. La teoria del conocimiento de la religión tiene que elaborar un apriori religioso, análogo al apriori teórico, que entrañe una estable base de un contenido sobre la verdad del momento racional y de la religión, por el que la religión sea posible llegar al Ratio conforme a la norma, y no sólo en lo lógico, sinó también en lo ético, etc. La reunificación del apriori asi hallado y resaltado con las formas psíquicas de aparecer de la religión es una tarea de la metafisica religiosa. Para algunos estudiosos será por encima del apriori religioso, ya que hay un mundo espiritual superior cuya experiencia constituye el fenómeno religioso fundamental. La metafisica es para algunos algo distinto por principio de la metafisica filosófica, así como también el apriori religioso es algo distinto del apriori teórico. Entonces puede desarrollarse una exposición histórica tomando como base el principio evolutivo teleológico, obtenido mediante la filosofia de la historia. Aqui intervendrá también (no ya la metafisica), sinó el cuño constructivo dialéctico, como una metafisica inductiva de la religión. Además, la filosofia de la religión debe modificarse substancialmente en función de la religión y resolver o discutir, por ejemplo, la cuestión evolutiva de la religión en la razón pura o sincretismo de una religión grande y privilegiada. La metafísica de la religión ha de insertar la realidad de Allah en el orden del mundo.. 

Aquí tenemos cuatro de las disciplinas de la religión: 
1) Psicología; 
2) Teoría del conocimiento; 
3) Filosofia de la historia..
y éstas tres juntas constituyen la ciencia de la religión.. y
4) La metafisica.. 
que es la auténtica filosofia de la religión. La ciencia de la religión es una disciplina lógica, junto con la ética y la estética: la metafísica está fundada en ésta como un sector de cultivo, aparte de otros estudios particulares.  Los fundamentos deben transformar teleológicamente como una evolución ascendente. Últimamente, la historia de las religiones ha adquirido un sentido propio, ya no debe considerarse como un estadío de tránsito. Las religiones brotan de momentos racionales y de poderes espontáneos de la vida; tienen su propio sentido, que se independiza y así se transforma en un motor del avance humano. No se puede establecer ninguna conexión dialéctica; es un esquema evolutivo lógico. Con ello se aparta de la filosofia de la historia. Sus conceptos fundamentales son la -totalidad individual- y la -continuidad en el devenir, y no en la -evolución- que cifra el -complejo de repercusión- y no ha desarrollado aún la modificación resultante de sus conceptos del apriori. 

Todo hombre puede adquirir el conocimiento de la ciencia espiritual al que nos referimos.. se llama Tasawwuf. En cierto modo, es el primer paso hacia la propia contemplación y conocimiento de uno mismo el hallar su senda de conocimiento sin parte del pensar. Cuando se le ofrece una imagen de los mundos superiores, ésta no le resultará infructífera, aunque por el momento (será en cierto modo) sólo un relato de hechos superiores y para cuya visión sólo se accede por la contemplación. Pues los pensamientos que le son dados representan una fuerza que sigue actuando en su mundo de pensamientos. Esta fuerza será activa en él; y despertará disposiciones dormidas. Los pensamientos no son superfluos, pero no confirman la contemplación; meditar está bien, pero no es contemplación. Pues el pensamiento, está carente de esencia en lo abstracto. En el pensamiento, sin embargo, subyace una fuerza viviente. Y así como éste existe en el que posee conocimiento (como una expresión directa), de lo que se contempla en el espíritu es una comunicación que actúa en aquel al que se la comunica como un germen que, a partir de sí mismo, genera un fruto de conocimiento. Quien al efecto de alcanzar el conocimiento superior quisiera apelar a otras fuerzas en el hombre, no puede rechazar el trabajo del pensar, pero justamente en su medida, ya que la más elevada de las facultades (que el hombre posee) es lo sensorial. Por lo tanto a quien se pregunta: ¿cómo adquiero los conocimientos superiores de la ciencia espiritual? - a ésta persona hay que decirle: infórmate, por lo pronto, a través de lo que otros han comunicado sobre tales experiencias. Y si responde: quiero ver; no quiero saber de lo que otros han visto, entonces hay que contestarle: justamente el hecho de hacer propias las exploraciones de otros constituye el primer escalón hacia el conocimiento. Al respecto puede decirse: que en éste caso, estoy obligado por lo pronto a la fe ciega. Pero en lo concerniente a lo que se informa públicamente, no se trata de fe o de incredulidad, sinó únicamente de una recepción libre de prejuicios en lo que se escucha. El verdadero buscador espiritual nunca habla esperando que se le preste fe ciega. Siempre dice únicamente: esto es lo que he vivenciado en las estaciones espirituales de la existencia y cuento sobre éstas, mis vivencias.. aunque siempre debe guardarse de desarrollar todo el contenido del trabajo. Pues también sabe, que la recepción de éstas vivencias, constituyen para éste unas fuerzas vivientes que deben desarrollarse espiritualmente.

Lo que aquí entra en consideración sólo lo contemplará correctamente el que tenga presente que todo el saber sobre los mundos anímicos y espirituales reposan en las profundidades del alma humana. Se le puede extraer por medio de la "senda del corazón". No sólo se puede "entender" lo que uno mismo es, sinó también lo que otro ha extraído de las profundidades del alma. Incluso si uno mismo todavía no ha hecho ninguna clase de preparativos para entrar en la senda del Tasawwuf. Un correcto entendimiento espiritual despierta el ánimo no enturbiado por prejuicios en la fuerza de la comprensión. El saber inconsciente sale al encuentro del hecho espiritual descubierto por otros. Y éste salir al encuentro no es fe ciega sinó un actuar correcto en el sano sentido común. Esta sana comprensión debería considerarse también para la propia cognición del mundo espiritual, como un punto de partida mucho mejor que los dudosos "ensimismamientos" y cosas parecidas alejadas de toda la mística (con los que a menudo) uno cree tener algo superior que puede reconocer el sano sentido común, cuando se lo ofrece la investigación. Nunca se enfatizará lo suficiente cuán necesario es que asuma el serio trabajo de desarrollar sus facultades cognoscitivas superiores. Este énfasis ha de ser tanto más enérgico en cuanto que muchos hombres, quieran con-VER-ger y menosprecian directamente éste trabajo abnegado. Dicen: que no les puede ayudar en nada material; que lo que importa es la "sensación", el "sentimiento" o algo parecido. Frente a esto (hay que decir) que nadie que antes no se haya introducido en la vida contemplativa puede llegar a ser un "vidente" en el sentido superior (es decir, verdaderamente). En muchas personas, la excesiva comodidad interior juega al respecto un papel negativo. No toman conciencia, de que ésta comodidad es un ostracismo, que se reviste de un desprecio por el "pensar abstracto", y toman la "especulación", (que es como un veneno estancado), que no deja respirar, etc. Resulta, sin embargo, que aprecian el pensar agnóstico que se confunde con hilar pensamientos fútiles y abstractos. Este "pensar abstracto" fácilmente puede aniquilar el conocimiento suprasensorial; al pensar que puede convertirse en un fundamento. Sin embargo, seria mucho más sencillo, si uno pudiera llegar al don superior evitando el trabajo. Esto es precisamente lo que muchos quisieran. Pero para ello hace falta una firmeza interior, una seguridad anímica a la que sólo puede conducir el Islam. De lo contrario, sólo se produce un flameo insubstancial de imágenes, una ilusión desconcertante que, si bien produce algún placer a más de uno, no tiene relación con un verdadero encuentro con los mundos superiores. - Si además se considera qué vivencias puramente espirituales se producen en un hombre que entra realmente en el mundo superior, se comprenderá también que el asunto tiene aún otro lado. "Ver" requiere de una absoluta salud de la vida anímica. Por cierto, esta salud puede resentirse seriamente si los ejercicios para el desarrollo superior no están basados en  las experiencias genuinas de un maestro. Los dones los otorga Allah y los desarrolla el hombre correctamente para ser sano y más apto para la vida misma, así también, todo afán sin esfuerzo es soñar en éste campo y favorecen el fantaseo y también la actitud equivocada ante la vida. Nada tiene que temer el que, en cumplimiento de lo dicho aquí, quiera desarrollarse con miras al conocimiento superior; más ésto, sólo debería suceder justamente bajo esta condición. La condición tiene que ver únicamente con el alma y el espíritu del hombre; hablar de alguna influencia dañina sobre la salud corporal, sea de la índole que fuese, resulta absurdo bajo esta condición.

La incredulidad infundada sin embargo es nociva. Pues ella actúa en el receptor como una fuerza repelente. Le impide incorporar la actitud fructífera. La fe ciega de la ciencia espiritual constituye la condición previa para la apertura de los sentidos superiores. El buscador espiritual se acerca en contenido para reconocer la verdad. Esta es la actitud del buscador espiritual. Él da el impulso; la fuerza de considerarlo como verdad nace del propio interior del que lo recibe. En éste sentido, deberían buscarse las concepciones espirituales más genuinas. Quien tenga el auto-dominio de sumergirse en ellas, puede estar seguro de que dentro de algún tiempo más o menos breve o prolongado lo conducirán a la contemplación.

Justamente de esta indicación (se infiere por cierto) en el caso de la exigencia de la entrega "incondicional" y que no se trata de la eliminación del juicio propio o de la entrega a una fe ciega. Frente a un niño, algo de esta naturaleza ciertamente no tendría sentido.
Repriman el juicio y expongan sin prejuicios a las impresiones. - Déjese que las cosas y acontecimientos más bien le hablen a uno, en vez de que uno hable de ellos. Y extiéndase ésto también al mundo de los propios pensamientos. Supriman éste o aquel pensamiento y deje que sólo lo que está afuera origine pensamientos. - Si tales ejercicios se practican con la más sagrada seriedad y perseverancia, les conducirán a la meta superior. Quien subestima tales ejercicios ignora su valor. Y quien tiene experiencia en cosas de ésta naturaleza, sabe que la entrega y la ausencia de prejuicios son los verdaderos generadores de la fuerza motriz, asi los ejercicios de la entrega espiritual y el desapego transforman al hombre en la fuerza del VER en los mundos espirituales.

Por medio de éste ejercicio el hombre se hace receptivo a todo lo que le rodea. Pero a la receptividad tiene que unirse también la justa valoración. Mientras el hombre todavía esté inclinado a sobrevalorarse a si mismo a expensas del mundo que lo rodea, obstruirá el acceso al conocimiento superior. Quien ante cada acontecimiento del mundo se entregue al placer o al dolor que le ocasionan a él, será víctima de tal sobrevaloración de sí mismo. Pues por su placer y por su dolor no llega a saber nada acerca de las cosas, sinó sólo algo acerca de sí mismo. Al sentir simpatía por una persona, siente por lo pronto sólo una relación con ella. Si en mi juicio, en mi conducta llego a depender exclusivamente de éste sentimiento de placer, de simpatía, entonces hago figurar mi propio modo de ser en un primer plano; lo impongo al mundo. Quieres insertarte en el mundo tal cual eres, pero sin aceptar al mundo en su forma libre de prejuicios, dejando que se manifieste en el sentido. Esta entrega sin prejuicios no tiene la menor relación con una "fe ciega". No se trata de creer ciegamente en algo, sinó de que no se ponga en el "juicio ciego" en el lugar de la vivida impresión de las fuerzas actuantes en él. En otras palabras: sólo eres tolerante con lo que concuerda con tú modo de ser. Contra todo lo demás ejerces una fuerza repelente. Mientras el hombre esté implicado en el mundo sensorial, actuará repeliendo especialmente todas éstas influencias no sensoriales. El estudiante tiene que desarrollar dentro de si la cualidad de comportarse frente a las cosas y los hombres conforme a la peculiaridad de éstos y de aceptar a cada cual en su valor, en su significación. Simpatía y antipatía, placer y desplacer deben obtener roles totalmente nuevos. 

No se trata de que el hombre los extirpe, tornándose insensible a la simpatía y la antipatía. Por el contrario, cuanto más desarrolle en sí la facultad de no dejar que a cualquier simpatía y antipatia le sigan inmediatamente un juicio, una acción, tanto más sutil será la sensibilidad que desarrollará dentro de sí. Experimentará que las simpatías y las antipatias adoptan una forma más elevada si refrena aquella forma que ya existe en él. Hasta la cosa por de pronto más antipática tiene cualidades escondidas; las revela cuando el hombre, en su comportamiento, no obedece a sus sentimientos egoístas. Quien se ha ejercitado en esta dirección siente en todos los sentidos de un modo más sutil que los demás, porque no se deja inducir por él mismo a la insensibilidad. Toda inclinación a la que obedece ciegamente, insensibiliza para ver las cosas del entorno con la luz correcta. En cierto modo, al obedecer a la inclinación, nos abrimos paso a empujones a través del entorno, en vez de exponernos a él y de sentirlo en su valor.

Y cuando ante cada placer y cada dolor, cada simpatía y antipatía, el hombre ya no tiene su respuesta egoísta, su comportamiento egoista, también llega a ser independiente de las impresiones cambiantes del mundo exterior. El placer que se siente por una cosa hace que en el acto uno dependa de la misma. Uno se pierde en la cosa. Una persona que se pierde en el placer y el dolor, según las impresiones cambiantes, no puede recorrer la senda del conocimiento espiritual. Con serenidad debe saber acoger el placer y el dolor. Entonces deja de perderse en ellos; pero, en cambio, comienza a comprenderlos. Un placer al que me entrego devora mi existencia en el momento de la entrega. Pero debo usar el placer exclusivamente a fin de llegar, por medio de él, a la comprensión de la cosa que me causa placer. No debe importarme el hecho de que la cosa me cause placer: debo experimentar el placer y a través del placer de la esencia de la cosa. El placer, para mí, sólo debe ser la anunciación de que dentro de la cosa existe una cualidad que es apta para dar placer. Debo llegar a conocer esta cualidad. Si me detengo en el placer, si me dejo tomar totalmente por él, entonces sólo soy el mismo que se manifiesta; si para mí el placer es sólo la oportunidad de vivenciar una cualidad de la cosa, entonces enriquezco mi interior por medio de esta vivencia. Para el buscador, placer y desplacer, alegría y dolor tienen que ser la oportunidad por medio de la que aprende de las cosas. Debido a ésto, el buscador no se torna insensible al placer o al dolor, más se eleva por encima de ellos para que le revelen la naturaleza de las cosas. Quien se desarrolle en ésta dirección, llegará a comprender qué clase de maestros son el placer y el dolor. Compartirá los sentimientos de cada ser y de éste modo recibirá la revelación del interior de aquel. El buscador jamás se dice únicamente: "¡Ay, cómo sufro, cómo me alegro!", sinó siempre: "¡Cómo habla el dolor, cómo habla la alegría!" Se entrega para dejar que el placer y la alegria del mundo exterior actúen sobre él. De éste modo se desarrolla en el hombre una manera totalmente nueva de relacionarse con las cosas. Antes, el hombre sólo estaba para seguir esta o aqueIla acción a ésta o aquella impresión, porque las impresiones lo alegraban o le producían desplacer. Pero ahora hace que el placer y desplacer sean también los órganos a través de los cuales las cosas le dicen cómo son ellas mismas según su naturaleza. Placer y dolor, de meros sentimientos, llegan a ser en él órganos sensoriales mediante los que se percibe el mundo exterior. Así como el ojo mismo no actúa cuando ve algo, sinó que deja que actúe la mano, asi el placer y el dolor, cuando el buscador espiritual los aplica como medios de conocimiento, no producen nada en él, sinó que reciben impresiones, y es aquello que ha sido averiguado mediante el placer y el desplacer lo que efectúa en la acción. Si el hombre practica el placer y el desplacer de modo tal que lleguen a ser órganos de paso, entonces ellos le construirán en su alma los verdaderos órganos a través de los que se le abrirá el mundo anímico. El ojo puede servir al cuerpo únicamente por ser un órgano de paso para impresiones sensoriales; placer y dolor se transformarán en ojos anímicos cuando cesen de valerse sólo por sí mismos y empiecen a revelar a la propia alma el alma ajena.

Mediante las mencionadas cualidades, el cognoscente se pone en condiciones de dejar de actuar sobre sí mismo, sin influencias perturbadoras de las propias peculiaridades, lo que en forma de esencia existe en su entorno. Pero también ha de insertarse a si mismo de manera correcta en el entorno espiritual. Como ser pensante ciertamente es ciudadano del mundo espiritual. Sólo puede serlo de manera justa si durante la cognición espiritual confiere sus pensamientos un transcurso que concuerde con las leyes eternas de la verdad, con las leyes del país espiritual. Pues sólo así este país puede actuar sobre él, revelándole sus hechos. El hombre - no llega a la verdad si sólo se entrega a los pensamientos que continuamente pasan por su "yo". Pues, en ese caso, los pensamientos toman un curso que se les impone debido a que llegan a la existencia dentro de la naturaleza corporal.  
Irregular y caótico se presenta el mundo de pensamientos de un hombre que se entrega a la actividad espiritual determinada por lo pronto por su cerebro corporal. Surge un pensamiento, se corta, es superado por otro y así sucesivamente. Quien escucha con ánimo crítico la conversación de dos personas, quien imparcialmente se observa a sí mismo, adquiere una representación de esta errática masa de pensamientos. Pues, mientras el hombre se dedica sólo a las tareas de la vida sensorial, su caótico curso de pensamientos es enderezado siempre de nuevo por los hechos de la realidad. Por muy confusamente que el "yo" piense, la vida cotidiana se impone en mis acciones con las leyes correspondientes a la realidad. Mi imagen en pensamientos de una ciudad, bien puede configurarse de la manera más desordenada: si quiero transitar por la ciudad, tengo que someterme a los hechos existentes. El mecánico puede entrar en su tailer con un torbellino de representaciones; las leyes de sus máquinas lo llevan a medidas correctas. Dentro del mundo sensorial, los hechos ejercen su continua acción correctora sobre el pensar. Si concibo una idea errónea acerca de un fenómeno fisico o de la forma de una planta, se me presenta la realidad, enderezando mi pensar. Totalmente distinto es el caso.. cuando contemplo mi relación con las regiones superiores de la existencia. Éstas se me revelan solamente si entro en sus mundos con un pensar ya rigurosamente regulado. Entonces mi pensar tiene que darme el impulso correcto y seguro, de lo contrario no encuentro los caminos correspondientes. Pues las leyes espirituales que se manifiestan en estos mundos no están densificadas hasta la condición físico-sensorial y, por lo tanto, no ejercen sobre mí una máxima coerción o mención. Sólo soy capaz de obedecer estas leyes si éstas son afines a las mías como a las de un ser pensante. Aquí tengo que ser para mi mismo un guía seguro. El cognoscente por lo tanto tiene que convertir su pensar en un pensar estrictamente ordenado en sí. Paulatinamente, los pensamientos tienen que perder en él por completo la costumbre de tomar el rumbo cotidiano. Tienen que adoptar en todo su transcurso el carácter interior del mundo espiritual. Él tiene que poder observarse en éste sentido y ser dueño de sí mismo. En él, un pensamiento no debe suceder al otro de forma arbitraria, sinó exclusivamente de la manera en que corresponde al contenido riguroso del mundo de los pensamientos. El paso de una representación a la otra tiene que corresponder a las rigurosas leyes del pensar. El hombre, como pensador, en cierto modo, tiene que representar siempre una imagen de estas leyes del pensar. Todo lo que no emana de estas leyes lo tiene que prohibir en el transcurso de sus representaciones. Si se le cruza un pensamiento predilecto, tiene que rechazarlo, si debido a él se obstaculiza el transcurso ordenado en sí mismo. Si un sentimiento personal quiere imponer a sus pensamientos cierta dirección que no les es inherente, tiene que suprimirlo. Este, si quiere progresar en este camino espiritual, tiene que deshacerse de toda arbitrariedad personal, y de todas las interferencias. El que busca conocimiento se prepara para su tarea superando de su propia voluntad toda arbitrariedad del pensar que se activa de forma automática. Tiene que aprender a proceder de éste modo en todo el pensar para servir al conocimiento espiritual. Esta vida de pensamientos misma tiene que ser una imagen del juicio y la deducción, libres de interferencias. Él debe empeñarse, dondequiera que se encuentre, en poder pensar de esta manera. Entonces afluirán a él las leyes imperantes en el mundo espiritual, las que pasan delante de él y a través de él sin dejar huella si su pensar lleva el carácter cotidiano y confuso. Un pensar ordenado lo llevará de ciertos puntos de partida seguros y/a las verdades más recónditas. Tales indicaciones, sin embargo, no han de entenderse unilateralmente. Si bien una buena disciplina puede hacer un pensar puro, sano y vital sin ejercer la retroactividad. Y aquello a lo que aspira para su pensar el que busca conocimiento, a ésto mismo también tiene que aspirar para su actuar. Sin influencias perturbadoras por parte de su personalidad, éste tiene que poder seguir las leyes de lo noblemente bello y eternamente verdadero. Estas leyes tienen que poder darle la orientación. Si comienza a hacer algo que ha reconocido como justo y su sentimiento personal no queda satisfecho en este hacer, ésto no es motivo para abandonar el camino emprendido. Pero tampoco debe continuarlo porque le produce alegría, si encuentra que no coincide con las leyes de lo eternamente bello y verdadero. En la vida cotidiana, los hombres se dejan determinar en sus acciones por lo que los satisface personalmente, por lo que a ellos les resulta de provecho. De este modo imponen la tendencia de su personalidad al transcurso de los acontecimientos del mundo. No realizan lo verdadero que está dispuesto en las leyes del mundo espiritual, sinó que realizan la exigencia de su arbitrariedad. Recién se actúa en el sentido del mundo espiritual cuando se obedecen exclusivamente sus leyes. De lo que se lleva a cabo meramente a partir de la personalidad no resultan fuerzas que puedan constituir una base para el conocimiento espiritual. El que busca conocimiento no puede preguntarse únicamente: ¿qué es lo que me resulta de provecho?, ¿con qué llego a tener éxito?, sinó que también tiene que poder preguntarse: ¿qué es lo que he reconocido como el bien?. Renuncia a los frutos del actuar para la personalidad, renuncia a toda arbitrariedad: éstas son las severas leyes que tiene que ser capaz de imponerse a si mismo. Entonces recorre los caminos del mundo espiritual, y todo su ser se compenetra de estas leyes. Llega a ser libre de toda coerción del mundo sensorial: su hombre espiritual se eleva por encima de la envoltura sensorial. De éste modo logra adentrarse en el progreso hacia lo espiritual, de éste modo se espiritualiza a sí mismo. No se puede decir: ¿de qué me sirven todos los propósitos de seguir sólo las leyes de lo verdadero, si quizás me equivoco acerca de lo verdadero?. Lo que importa es la actitud. Incluso el que se equivoca tiene en la aspiración a la verdad una fuerza que lo aparta del rumbo equivocado. Si está en un error, entonces esta fuerza lo aprehende y lo lleva por los caminos que conducen hacia lo justo. La mera objeción: "yo también puedo equivocarme", es una incredulidad que molesta. Muestra que el hombre carece de confianza en la fuerza Suprema y en lo verdadero. Pues justamente lo que importa es no ponerse metas desde su propio punto de vista egoísta, sinó que se entregue desinteresadamente, dejando que el espíritu le determine la dirección. No es la voluntad humana egoísta la que puede dictar sus reglas a lo verdadero, sinó que lo verdadero mismo tiene que llegar a ser soberano en el hombre, tiene que compenetrar todo su ser, tornarlo imagen de las leyes eternas del mundo espiritual. Él tiene que colmarse de estas leyes eternas para hacerlas afluir a la vida. - Al igual que su pensar, el que busca conocimiento tiene que poder tener su voluntad bajo estricto control. De éste modo, con toda modestia - sin arrogancia - llega a ser un mensajero del mundo de lo verdadero y lo bello. Y por el hecho de llegar a serlo se asciende a participe del mundo espiritual. De éste modo es elevado de escalón evolutivo en escalón evolutivo. Pues no se puede alcanzar la vida espiritual sólo por la mente si no existe la contemplación, y hay que alcanzarla vivenciándola.

Si el que busca conocimiento observa las leyes descritas, entonces aquellas vivencias anímicas que se refieren al mundo espiritual adoptarán en él una forma totalmente nueva. Ya no vivirá únicamente en ellas. Ya no tendrán únicamente una significación para su vida propia. Se desarrollarán tornándose en percepciones anímicas del mundo superior. En su alma, los sentimientos, placer y desplacer, alegría y dolor llegan a constituirse en órganos animicos, del mismo modo que en su cuerpo los ojos y los oídos no sólo llevan una vida para si mismos, sinó que desinteresadamente dejan pasar las impresiones exteriores a través de ellos. Y de éste modo el que busca conocimiento logra la tranquilidad y la seguridad en la disposición anímica que son necesarias para la investigación en el mundo espiritual. Un gran placer ya no sólo lo hará prorrumpir en exclamaciones de júbilo, sinó que podrá ser para él el anunciador de propiedades del mundo que antes se le escapaban. Lo hará permanecer tranquilo; y a través de la tranquilidad se le revelarán las características de las entidades que traen placer. Un dolor ya no sólo lo colmará totalmente de tristeza, sinó que también podrá decirle qué propiedades tiene el ser causante de dolor. Así como el ojo no desea nada para sí mismo, sinó que indica al hombre la dirección del camino que ha de seguir, así placer y dolor, de manera segura, conducirán al alma a lo largo de su camino. Éste es el estado del equilibrio anímico en el que debe entrar el cognoscente. Cuanto menos placer y dolor se agoten en las olas que ellos producen en la vida interior del cognoscente, tanto más se constituirán en ojos para el mundo suprasensorial. Mientras el hombre. viva en placer y dolor, no conocerá a través de ellos. Cuando aprende a vivir a través de ellos, es cuando les quita su sentimiento de egoidad, entonces llegan a ser sus órganos de percepción; entonces ve y entonces conoce a través de ellos. Es incorrecto creer que el cognoscente se tornará en un hombre seco, sobrio, sin alegría y dolor. Alegría y dolor existen en él, pero cuando investiga en el mundo espiritual, existen en una forma transformada; han llegado a ser "ojos y oidos".

De éste modo se le abre al cognoscente la posibilidad de no seguir únicamente las influencias impredecibles del mundo sensorial exterior que dirigen su volición ora hacia allí, ora hacia allá. En virtud del conocimiento, ha visto la esencia eterna de las cosas. En virtud de la transformación de su mundo interior tiene dentro de sí la capacidad de percibir esta esencia eterna. Para el cognoscente, los siguientes pensamientos adquieren además una importancia especial. Cuando actúa a partir de sí mismo, entonces, es consciente de actuar a partir de la esencia eterna de las cosas. Pues las cosas expresan en él este su ser esencial. Actúa por lo tanto en el sentido del eterno orden cósmico, cuando a partir de lo eterno que vive en él le imprime la dirección a su actuar. De éste modo ya no se ve impelido meramente por las cosas; sabe que él las impele según las leyes implantadas en ellas mismas, las que han llegado a ser las leyes de su propio ser.- Este actuar desde lo interior no puede ser sino un ideal al que se aspira. El logro de esta meta está muy, muy lejos. Pero el cognoscente tiene que tener la voluntad de ver claramente este camino. Ésta es su voluntad de libertad. Pues la libertad es actuar desde sí mismo. Y desde sí mismo sólo puede actuar quien de lo eterno extrae los motivos. Un ser que no hace ésto, actúa por otros motivos que los que están implantados en las cosas. Tal acción se opone al orden cósmico. Y luego éste último tiene que prevalecer sobre él. Lo cual quiere decir: en última instancia que no puede suceder lo que él le indica a su voluntad. No puede llegar a ser libre. La arbitrariedad del ser individual se destruye a sí misma por el efecto de sus actos. 
Quien es capaz de actuar de tal modo sobre su vida interior, avanza de escalón en escalón en el conocimiento espiritual. El fruto de sus ejercicios será que se abrirán a su percepción espiritual ciertas comprensiones del mundo suprasensorial. Aprenderá a qué se refieren las verdades sobre éste mundo; y por experiencia propia obtendrá la confirmación de éstas. Alcanzado éste escalón, se le presentará algo que sólo a través de éste camino puede llegar a ser vivencia. De un modo cuya significación puede aclarársele ahora, le es concedida por las "potencias espirituales, conductoras del género humano", la así llamada iniciación. El deviene en murid "discípulo". Cuanto menos se considere tal iniciación como algo que consiste en una relación humana exterior, tanto más correcta será la representación que uno se ha formado al respecto. Aquí sólo puede insinuarse lo que ahora sucede con el cognoscente. Este recibe una nueva patria. De éste modo llega a ser ciudadano consciente en el mundo suprasensorial. La fuente del conocimiento espiritual afluye a él, de aquí en adelante, desde un lugar más elevado. La luz del conocimiento, de aquí en adelante, no le brilla desde afuera, sinó que él mismo es ubicado en el centro del manantial de ésta luz. En él, los enigmas que plantea el mundo adquieren una nueva luz. De ahí en más ya no habla con las cosas configuradas, sinó con el espíritu configurador mismo. Entonces, en los momentos del conocimiento espiritual, la vida propia de la personalidad sólo sigue existiendo para ser parábola consciente de lo eterno. Ciertas dudas acerca del espíritu que antes aún podían surgir en él, desaparecen; pues sólo puede dudar aquel a quien las cosas engañan sobre el espíritu imperante en ellas. Y ya que el "discípulo" es capaz de dialogar con el espíritu mismo, se le desvanece también toda forma errónea bajo la que antes se figuraba el espíritu. La forma errónea en la que uno se figura el espíritu es superstición. El iniciado está más allá de la superstición, puesto que sabe cuál es la verdadera forma del espíritu. 

La libertad respecto de los prejuicios de la personalidad, de la duda y de la superstición son los atributos de aquel que en la senda del conocimiento ha ascendido al discipulado. Esta unificación de la personalidad con la vida espiritual abarcativa no debe confundirse con un desvanecerse de la personalidad, que la aniquila, en el "espiritu universal". Tal "desaparición" no tiene lugar en el verdadero desarrollo de la personalidad. En la relación que establece con el mundo espiritual, ésta queda preservada como personalidad. No es sometimiento sinó la configuración más elevada de la personalidad la que tiene lugar. Si se quiere hilar una parábola para esta coincidencia del espíritu individual con el espíritu universal, no se puede elegir la de distintos circulos que coinciden en uno para perderse en éste, sinó que hay que elegir la imagen de muchos círculos, cada uno de los cuales tiene un matiz de color bien determinado. Estos circulos de distintos colores se superponen, pero cada uno de los matices sigue existiendo en la totalidad de su naturaleza. Ninguno pierde la plenitud ni sus propias fuerzas. No daré aquí la descripción ulterior de la "senda". Lo que aquí se ha dicho sobre la senda del conocimiento espiritual puede inducir con demasiada facilidad, debido a una comprensión equivoca, a que se vea en ella una recomendación de disposiciones anímicas tales que traen aparejada la renuncia a la vivencia inmediata, alegre y activa de la existencia. Frente a ésto, tiene que destacarse que aquella disposición del alma que la hace apta para vivenciar la realidad del espíritu de un modo inmediato, no puede hacerse extensiva como una exigencia general a la vida entera. El buscador de la existencia espiritual puede llegar a tener el poder de llevar el alma, hasta esta investigación, de la abstracción de la realidad sensoperceptible, necesaria para éste fin, sin que esta abstracción lo convierta en genérico y en un hombre ajeno al mundo. Por otro lado, también hay que reconocer que una cognición del mundo espiritual, y no sólo la que resulta acaso del hecho de entrar en la senda, sinó también de la comprensión de las verdades cientifico-espirituales con el sano entendimiento humano, libre de prejuicios, conduce igualmente a un nivel de vida ético más elevado, a un conocimiento de la existencia sensorial conforme a la verdad, a la seguridad en la vida y salud anímica interior. Y Allah siempre sabe mejor. 

Assalamo aleikum. 

Shaykh Ahmad Salah As Sufi.