martes, 1 de marzo de 2022

SOBRE LAS LETRAS. Ibn Arabi.

SOBRE LAS LETRAS.  Ibn Arabi.

El hombre, constituye por su simbolismo gráfico y geométrico la expresión adecuada de la trascendente correspondencia entre los planos divino y humano. El "Nûn" es un círculo del cual sólo la mitad inferior y el centro aparecen por escrito y su parte superior pertenece a lo no manifiesto. Su realización total representa la perfección de la Existencia. Pero "Nûn" también encierra el secreto de la eternidad divina en el Hombre, porque a partir de él es posible rastrear las tres letras de la palabra AZAL. En virtud de su forma divina, la entidad esencial ('ayn) del Hombre existe eternamente en la Ciencia divina y en su estado de inmutabilidad (fi häl thubutihi). Entonces se hace posible hablar de la eternidad humana” (al-azal al-insân) escondida en la de la Divinidad. La riqueza simbólica de la letra 25 "Nûn", sin embargo, no se limita a la representación de la doctrina metafísica de las Esencias inmutables (al a'yân al-thâbita) ni siquiera a la del más alto grado de realización espiritual; por el contrario, se extiende como un hilo conductor y más allá. 
En cuanto al Ángel, recibe las dieciocho cartas restantes. Este número confirma su función cosmológica y su papel de intermediario, porque las presencias divina y humana, (ternaria), comprenden cada una los tres grados de los tres mundos (mulk, malakût y jabarut), comprendiendo cada grado a su vez en tres aspectos externos, interiores e intermedio (barzak). La suma de las letras de las dos "presencias" (idénticas al número de días de la creación), multiplicada por tres, es pues dieciocho. Si multiplicamos los tres mundos por su triple división, obtenemos nueve esferas: los siete cielos, osea los 172.

El Pedestal (al-kursi) y el Trono (al-'arsh). La enéada cósmica se reduce entonces a una heptada si consideramos que la cara interior del mundo exterior es idéntica a la cara exterior del mundo intermedio y que es la misma entre el intermedio y el superior.

Desde otro punto de vista, la multiplicación del ternario divino por los tres mundos produce las nueve esferas de proyección de la ciencia divina hacia el Hombre (aflâk al-ilqâ'). De manera similar, la multiplicación del ternario humano por los tres mundos produce las nueve esferas de recepción (aflâk al-talaqqî). Entre los dos planos, o lazos sutiles (raqâ'iq) descienden y ascienden y el Ángel no es otro que su encuentro. Además, por su movimiento ascendente, descendente y horizontal, los ángeles animan el Universo según la dinámica cósmica de las tres tendencias; por tanto, su papel es similar al de las tres vocales en el mundo de las consonantes.

Esta parte, dedicada a la división cuatripartita de las letras, termina volviendo a la cuestión de las cualidades físicas o “principios maternos” (al-ummahât al-uwal). ¿Por qué la mezcla de calor y humedad, de la que emana la Vida, no procede de una esfera específica? Si es así, la finalización del ciclo de esta esfera coincidiría con el cese de toda vida. Pero la vida no termina. Cuando deja un cuerpo, el hombre muere sólo en apariencia y en realidad vuelve a su origen. Los conocimientos relativos a esta cuestión se desarrollarán en relación con la ciencia de las letras 8 y con el futuro posthumero del hombre.
Incapaces de mezclarse con su opuesto, las cuatro cualidades solo pueden engendrar cuatro elementos. 

Ibn Arabi. (Las revelaciones de la Meca).