SURYANIYYA. SIDDIQIYYA.
El lenguaje sufí es un lenguaje espiritual. El lenguaje místico es el arte de hablar de aquello que es “inaccesible a los sentidos con las palabras de las realidades presentes”.
Dicho de otro modo, el lenguaje en los sufís es uno de los medios de dar cuenta de la doble dimensión de la realidad espiritual: el mundo escondido y el mundo aparente.
El lenguaje tiene pues una función importante en la enseñanza sufí. Sin embargo, se define como una discusión
y no como un discurso. Por otra parte, la enseñanza no se realiza solamente a través del lenguaje. La invocación (dhikr) es
igual de importante si no lo es más. Es la razón por la que solemos oir, en el medio, que “la vía es invocación y discusión (dhikr wa mudakara).”
El lenguaje sufí no es aquel del jurista que dicta lo que hay que hacer y lo que no; no es aquel del filósofo que deduce (istinbat) o induce (istidlal) sus conceptos y no es tampoco aquel del poeta cuyo estilo responde a los cánones de la estética.
El lenguaje sufí traduce una experiencia interior.
Cada palabra expresa un matiz particular del estado del alma (hal) del místico. Así, el lenguaje sufí se convierte en sí mismo en una experiencia mística que cambia según la diversidad de los estados del alma (ahwal) y también según la sucesión de las estaciones (maqamat).
La expresión (‘ibara), la alusión (ishara) y el símbolo (ramz) son las tres formas que toma éste lenguaje. Cada una de ellas traduce una realidad particular de la experiencia espiritual. “La expresión, nos dice Ibn ‘Ayiba, esclarece; la alusión indica; el símbolo alegra”. A cada forma le corresponde una función dada que se vuelve cada vez más sutil a medida que el amante se va acercando a su BienAmado. (Según la doctrina sufí, el gnóstico, (una vez llegado al más alto grado de la pureza, yá no le hace falta el lenguaje para expresar su estado de Unión. Ibn ‘Ata’ Allah nos dice, en una de sus sapiencias (del hikam): “El gnóstico no es aquel qué, por el lenguaje alusivo, encuentra a Allah más intimo que a sí mismo por la alusión, sinó aquel para quien yá no hay lenguaje alusivo, estando aniquilado en el Ser y concentrado en Su contemplación.”
Según ésta hikma (sapiencia), la unión mística con Allah (aniquilación), anula la alusión (ishara). El lenguaje yá no tiene razón de ser, yá que en su lugar no hay separación. Sin embargo, el Maestro espiritual tiene la responsabilidad de desvelar las potencialidades interiores de la gente que le rodea. Si su grado de unión con Allah le dispensa del lenguaje, los que están con él aspiran aún a ese estado de Unión. Por consiguiente, hay que adoptar formas lingüísticas cuyo valor será fundamentalmente pedagógico.
La expresión destinada a “esclarecer”, es un primer nivel del lenguaje. Pero cuidado, avisa Hamza, con las especulaciones abstractas. Cuidado con los extravíos idólatras del lenguaje, donde el verbalismo se convierte en “el enemigo del verbo”:
“Desconfiad de los que conocen bien el lenguaje y podrían seduciros con bellos discursos, os advierto contra éstos.”
El místico comprometido en la vía de la autenticidad (ikhlas) no se puede permitir decir cualquier cosa. Cuando se expresa, no es él quien habla sinó la presencia del
estado místico que hay en él. Así el aviso de Hamza denuncia el lenguaje que pretende traducir cierta verdad espiritual que no es vivida. De lo que se trata (en ese caso) es de una falsa pretensión del conocimiento. Dicho de otro modo: Hamza denuncia el desfase entre el mundo interior y el mundo exterior. Más, que el lenguaje sea pura expresión de la experiencia espiritual, significa que la palabra es un reflejo sonoro de la conciencia espiritual. Como lo señala ese verso de poesía que a menudo pronuncian los fuqara: “¿Acaso los recipientes no rebosan de aquello de lo que contienen?” (al-awai la tantiqu ila bi-masaqan).
Cuando la expresión yá no es suficiente para hablar de la experiencia, el lenguaje apela a la alusión (ishara) que transporta a la conciencia humana a otro plano. Yá no se trata aquí del esclarecimiento, sinó de una indicación. La alusión toma prestada la metáfora para recitar, alabar o sencillamente, hablar del BienAmado. También para hablar de las realidades sutiles que corresponden al corazón captador. El Shaykh nos ofrece un buen ejemplo cuando nos habla del alif, -la primera letra del alfabeto Árabe:
“Todo está en el alif, todo es alif. Aquel que descubre ésta realidad descubre que él mismo es alif. Es un grado elevado que necesita de una gran protección. Ésta protección está asegurada por el Maestro y proviene del idhn (ilm) (Autorización).”
El sentido de ésta metáfora emana de la relación entre el alif y las otras letras del alfabeto. El alif se escribe con la forma de una raya vertical. Cuando llevamos nuestra atención a las otras letras del alfabeto Árabe, notamos qué, a pesar de las diferentes formas que toman, son
todas una prolongación del alif. Por ejemplo, la "ba" es un alif horizontal cuyas extremidades son levantadas hacia arriba. Lo mismo ocurre en el caso de la "nun" cuya curva hacia arriba está más acentuada, o la "waw" que es un alif que hace un bucle.
La metáfora del alif traduce una realidad espiritual tan importante como la de la relación con lo aparente/oculto.
Para los sufís, el hecho de que el conjunto de letras sea una prolongación del alif revela la presencia de una realidad del alif en todas las otras cosas. El alif se convierte entonces en la unidad subyacente, en el seno de la
multiplicidad alfabética de la lengua árabe. Ésta metáfora hace alusión a la relación entre la Unidad divina y la multiplicidad del mundo. Es otra manera de testificar que no hay otra realidad más que la Realidad divina (la ilaha illallah). Comprendemos entonces porque el alif, una vez “realizado”, corresponde a un alto nivel de espiritualidad.
Para dar cuenta de la relación del Uno con lo múltiple, los sufís van a utilizar otras alusiones como aquella del espejo y de la imagen que refleja, o también la del mar y las olas. No ver la unidad subyacente en el seno de la multiplicidad del mundo es como no ser consciente de la presencia del espejo cuando miramos las imágenes que refleja o también como olvidar -que las olas- no son más que la forma aparente del mar.
Hamza va a utilizar otras metáforas en sus declaraciones con el fin de “indicarnos” (ishara) otras realidades espirituales. Va a comparar el corazón a un receptáculo (aniyya) con el fin de instruirnos sobre la capacidad receptiva de éste “órgano”, apto para recibir las Emanaciones divinas. Cuando lo compara a un espejo, es para hacer alusión al trabajo espiritual que consiste en pulir el corazón para que se convierta en el espejo de éstas Emanaciones. Y cuando toma la imagen del girasol, nos señala la importancia de la orientación del corazón hacia las Luces divinas, tal es ésta flor, el heliotropo, que se orienta hacia el sol desde el alba hasta la aurora.
La metáfora (‘ibara) es, pues, un lenguaje pedagógico que permite a los sufís hablar de ciertas realidades del mundo espiritual según los términos del mundo material. Dicho de otro modo, es hablar de lo invisible (ghayb) en términos de lo aparente (shahid) o también hablar de la interioridad (batin) en términos de exterioridad (dahir). Sin el recurso de la metáfora, sería prácticamente imposible hablar de realidades espirituales. En el medio, oímos también hablar del Secreto (sirr) divino, considerado como una realidad espiritual de gran importancia. Pero, ¿cómo hablar de una realidad que escapa a las conciencias?. Con el fin de volverla accesible, el Shaykh de la tariqa compara el Secreto (Sirr) a algo que los sentidos pueden captar y, sobretodo, a un fenómeno muy actual:
“La luz divina gira entorno al corazón del discípulo. Más, al igual que para que un avión aterrice, le hace falta que la pista de aterrizaje esté totalmente despejada; si nuestro corazón está lleno de deseos y pasiones, la Luz no encontrará el lugar donde posarse.”
Entre el Secreto, (ésta Luz divina), y el corazón, se establece un dialogo íntimo, el del amante con su BienAmado. Es también el dialogo del vino espiritual y de las copas, del sol y de las lunas que encontramos en mucha poesía sufí. La metáfora sufí se vuelve entonces, en tanto que modalidad lingüística, portavoz de la separación, de la unión y del recorrido iniciático. El alejamiento de las Luces divinas provoca la desolación del corazón mientras que su proximidad inspira la alegría y la felicidad.
La alusión (ishara) no se limita únicamente a las metáforas. Con el fin de ilustrar sus palabras, el Shaykh va a contar anécdotas sobre su padre, su Maestro, o sobre otros Maestros y sus discípulos. En tanto que la alusión, la anécdota, posee la misma característica pedagógica que la metáfora. Ella “indica” (ishara) y así pues instruye sobre
ciertos aspectos de la enseñanza del Tasawwuf profundo -o también llamado- conocimiento sufí.
Assalamo aleikum.